Ese abismo se hará inevitable si el 7 de octubre la alternativa democrática se hace realidad y a partir del 2013 en Venezuela gobierna un gobierno venezolano. Y no es redundancia. Pues hasta ahora, en Venezuela gobierna el gobierno cubano. Es imprescindible comprender la inmensa gravedad de la conexión Caracas-La Habana. Los Castro no están de brazos cruzados. Han asumido la dirección de la batalla. Por ahora, auxiliados por los señores encuestadores y dispuestos a derrochar hasta el último centavo que todavía quede en el Banco Central.
Que no se diga que no hubo advertencias.
Las luces rojas están encendidas en La Habana. El pulmón artificial que los mantiene con vida, y cuyo cordón umbilical se llama Hugo Chávez, corre el grave riesgo de colapsar y terminar con el paro respiratorio final de la tiranía más longeva de la historia latinoamericana y del mundo. Y ese alto riesgo de colapso inmediato tiene dos nombres, por simplificar el esquema: se llaman leiomiosarcoma y Henrique Capriles Radonsky. Sumados tienen a la dirigencia cubana al borde del abismo. Y mientras luchan mal y erróneamente contra el primero, no saben cómo atacar al segundo. Ninguno de los dos casos parecen estar bajo control de quienes han hecho del control y la manipulación el arte de su cincuentenaria sobrevivencia.
Yoani Sánchez, la disidente número 1 y ejemplar combatiente por la libertad cubana desde la inmensa soledad de su escritorio, ha considerado que la virilidad que sostiene al régimen se la posibilita el Viagra y se la provee en cantidades descomunales el mismo teniente coronel que yace en una cama del CIMEQ aquejado de una enfermedad terminal. Ya no es un jarabe geriátrico provisto por la Unión Soviética o las ideas de Marx, Lenin y Stalin. Ni siquiera el voluntarismo del Ché Guevara. Es un pobre teniente coronel que pasará a la historia por haber despilfarrado la mayor fortuna que nación alguna tuviera en su historia, obviamente proporcional a la duración de su (des)gobierno y la cantidad de sus habitantes. Y que ha decidido vivir sus últimos días aferrado al cuello de un anciano decrépito – se le van los tiempos, han confesado los acompañantes del Papa durante su última visita a la isla – cómo único testimonio de su importancia histórica. La negativa del Papa a darle los santos oleos lo deja varado junto a papá Fidel. Más patético, imposible.
No son rumores: son resultado de exhaustivas investigaciones de uno de los más prestigiados economistas de la Universidad de La Habana, Pavel Alejandro Vidal. Según Pavel y de acuerdo a cifras oficiales, la mitad de las importaciones de la isla se comprometen en la «compra» de petróleo, las que no serían posible sin el auxilio financiero venezolano. Lo que Vidal no dice es que ese petróleo no sólo no es comprado -es regalado – sino que además sirve a triangulaciones comerciales que le proveen de sólidas divisas a un gobierno que carece de ellas.
Si la mitad de las importaciones cubanas las recibe de regalo del paciente de un Leiomiosarcoma bajo control – el paciente – de los hermanos Castro, a los que se ha entregado de buen grado contra las advertencias de médicos y familiares el desnortado teniente coronel, la otra mitad contribuye a medio resolverla el aporte de 6 mil millones de dólares despachados desde Caracas a La Habana por los 30 mil cubanos de servicio en Venezuela mediante un convenio con dos surtidores: los miles de millones que paga el gobierno y estos 6 mil millones que envían sus esclavos. Para que se tenga una comprensión real del significado de esta suma, el turismo, principal ingreso de divisas de la isla, no aporte más que una tercera parte de esa cifra, 2 mil millones de dólares. Ninguna casualidad que gracias a ese envío, las cuentas de la débil balanza de pagos de la economía cubana no se haya precipitado al abismo.
Ese abismo se hará inevitable si el 7 de octubre la alternativa democrática se hace realidad y a partir del 2013 en Venezuela gobierna un gobierno venezolano. Y no es redundancia. Pues hasta ahora, en Venezuela gobierna el gobierno cubano. Es imprescindible comprender la inmensa gravedad de la conexión Caracas-La Habana. Los Castro no están de brazos cruzados. Han asumido la dirección de la batalla. Por ahora, auxiliados por los señores encuestadores y dispuestos a derrochar hasta el último centavo que todavía quede en el Banco Central.
Que no se diga que no hubo advertencias.