«Sombras son la gente», así comienza la sentida canción de Ruben Blades «Plantación Adentro» para describir el drama de la devaluación de la vida humana en la época de la esclavitud. ¿Qué habremos hecho tan mal para que esa lapidaria frase encuentre significado en la Venezuela de hoy? Ya no será «por golpes que daba el mayoral», pero lo cierto es que toda la población venezolana, con la sola excepción del presidente, está hoy expuesta a caer a manos del hampa desbordada que impunemente azota a la gente de todos los estratos y procedencias. Si un ex gobernador, un diputado del PSUV, un cantante, un empresario musical y una hija de un cónsul, son víctimas en un mismo mes de la violencia más atroz, que le queda al pueblo de a pie que de forma anónima se va convirtiendo en una estadística, la cual, por cierto, ni siquiera es reconocida por un gobierno que prefiere negar la realidad antes que asumir su responsabilidad. Por eso no hay duda que en la Venezuela revolucionaria, después de década y media de gobierno de Chávez, «sombras son la gente y nada más».
Pero más allá de los problemas estructurales y permanentes del fenómeno de la violencia social, es hora de denunciar responsablemente pero sin titubeos la culpabilidad de este Gobierno en cuanto al drama que vivimos. El problema directo es de modelaje, ya que se está gobernando de forma delincuencial, generándose un ejemplo perjudicial y un mensaje permisivo a todos los niveles de la sociedad. La institucionalidad ha sido tan golpeada en estos años de destrucción que ya la cultura de la guerrilla trascendió el debate político y se incrustó en la convivencia cotidiana de la población.
El caso es que en la revolución se vale todo para acabar con el enemigo en una lucha a muerte. De ahí el lema «patria, socialismo o muerte» que se convirtió en un himno nacional y saludo institucional de nuestras FAN y del gobierno. El problema está en que el concepto de revolución es incompatible con el de gobierno, la revolución de hecho es una forma de oposición a un status quo, más el gobierno es el status quo. El gobierno de turno, sea quien sea, es la elite, la burocracia y hasta la oligarquía, y su objetivo es resolver los problemas y asumir la responsabilidad de los resultados. En el caso de Venezuela, quienes gobiernan decidieron seguir siendo revolucionarios y por ende no asumen la responsabilidad, a pesar de tener catorce años en el poder. El título de revolucionarios les da supuestamente legitimidad para estar por encima de la ley y hacer lo que se les de la gana, con la excusa del enemigo interno y externo, y con la justificación de que «el fin justifica los medios». Eso es mucho más sabroso y lucrativo que el aburrido rol del gobierno que se basa en «cumplir y hacer cumplir las leyes».
Vamos a poner el tema de las expropiaciones como ejemplo. Un Gobierno institucional expropia a través de un juicio donde se declare la utilidad pública de un bien y pagando su precio justo. Pero eso no es lo que pasa en Venezuela, donde el Presidente decide unilateral y arbitrariamente (sin juicio) lo que va a expropiar y lo hace además tongoneándose con su frase «ven a mí que tengo flor», la cual sustituye cualquier procedimiento. Igualmente se permite amenazar públicamente a quien sea con la expropiación en una especie de chantaje y persecución. ¿Y como actúan los malandros? Cuando Chávez expropia no lo hace en nombre de la ley, sino en nombre de su divina voluntad, dejando claro que él puede hacer lo que quiera. Ni hablar de lo que pasa cuando se trata de gobernadores de otros partidos distintos al de gobierno, como el caso de Monagas hoy, simplemente arrebatan competencias, secuestran los recursos y persiguen a los representantes directos del pueblo en esas entidades. Es ese el ejemplo oficial que va moldeando a una sociedad, hasta que la mayoría finalmente se convierte en ese «hombre nuevo» tan cacareado, que no es más que un «guerrillero» con fusil en la mano haciendo su propia ley.
Es cierto que el problema de la violencia y la inseguridad es complejo y multifactorial, pero no hay duda que debemos comenzar por el principio, que no es otro que el cambio de gobierno para recobrar la institucionalidad y acabar con la cultura revolucionaria del saqueo y la muerte. Entendámoslo de una vez por todas, las elecciones del 7 de octubre es un asunto de vida o muerte. Anótate a la vida, la unidad y la reconciliación, para que llegue de una vez por todas la Venezuela de la paz y el progreso.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
PD. Al compañero que tuvo a bien escribirme una carta abierta por este medio, ya le respondí como se le responde a los amigos, de forma directa y privada.
Twitter: @chatoguedez