Ante la primera y quizás única venida de Benedicto XVI a Cuba, monseñor Becciu, afirmaba desde el Vaticano que los sacerdotes cubanos son héroes. Esta frase de inmediato me hizo recordar a monseñor José Manuel Couce, quien fuera por 27 años párroco de Buena Vista, último pueblo asfaltado antes de seguir rumbo a El Palenque (Asentamiento Campesino, donde mis ancestros vivieron).
Al instaurarse el régimen comunista en Cuba, Mons. Couce fue expulsado en 1961 junto a otros 131 sacerdotes, entre ellos el Obispo Auxiliar de La Habana. Son obligados a abordar un barco que se llamaba Covadonga rumbo a España. Todos estos sacerdotes incluyendo varios religiosos saldrían de Cuba forzados para no volver nunca más.
La idea del régimen era recudir a los sacerdotes que estaban en ese entonces en la isla. Fidel Castro y su régimen quiso desaparecer la religión de Cuba. Y es que cabe recordar palabras de Marx en 1844: «Die Religión … Sie ist das Opium des Volkes» (la religión es el opio del pueblo).
Muchos de esos sacerdotes exiliados en España viajarían a Venezuela. Entre ellos el Obispo Auxiliar Mons. Eduardo Boza, quien viviría en Los Teques, Edo. Miranda hasta su muerte en el 2003. Este Obispo fundaría en Venezuela en 1969 Asociación de Sacerdotes Cubanos de la Diáspora.
El destino de Monseñor Cource fue un perdido pueblo de los andes larenses, Buena Vista. Ahí llegó en 1978 donde ejerció su ministerio hasta su muerte en 2002. Pasaría mucho tiempo en darme cuenta de quién era este particular sacerdote vestido siempre de una sotana gris, lamentablemente lo supe después de su muerte. Era un sacerdote de carácter muy fuerte y es que la vida le habría dado muchos martillazos, como el artista que golpea el mármol para de ahí sacer una obra de arte.
Recuerdo una vez que mi papá tuvo una discusión con él ya que Mons. se negaba a casar a una sobrina en su parroquia. El sacerdote argumentaba que tenía que casarse en Barquisimeto, donde ella vivía y no en Buena Vista, que era una zona rural.
Luego de una acalorada discusión mi papá le dijo para provocarlo (muy contrariado para no decir otra palabra). «Usted es castrista, amigo de Fidel Castro!»
El sacerdote, muy mayor, se puso muy bravo, tanto que empezó a perseguir a mi papá, sin poder alcanzarlo. Pasaron los meses y mi papá, subiendo a la finca se quedó accidentado en medio del camino bajo un sol abrazador. Ningún carro pasaba para auxiliarlo. Para sorpresa de mi papá el único carro que subió en ese momento fue un Nissan azul de 1969 que usaba el padre Couce. Sin decir una palabra se detiene el sacerdote y con el pulgar le hace seña para que se siente atrás y mi papá con toda la vergüenza y su orgullo herido, se monta por la puerta trasera del 4×4. En el trayecto que duró unos 20 minutos no se hablaron. El sacerdote se detuvo en la capilla donde celebraría la misa y mi papá siguió a pie hasta la casa. Nunca el sacerdote le tuvo rencor por ese episodio.
El padre Couce siempre quiso volver a Cuba antes de morir, con frecuencia recordaba la despedida de su mamá. La Providencia quiso que el encuentro con su familia fuese en el cielo y no en esta tierra.
Esta memoria la hago para aquellos que ignoramos las persecuciones que ha sufrido la iglesia cubana. Pensar de que el viaje del Papa a la isla es puro protocolo y efecto mediático es desconocer los padecimientos de muchos. Esperemos que Venezuela tome lección de lo ocurrido en Cuba y que no tengamos que vivir la historia de muchos sacerdotes cubanos que murieron sin volver a su patria.
Siempre he pensado que el padre Couce cantaría al morir el poema de José Martí:»Guantanamera»:
Yo quiero cuando me muera
sin patria pero sin amo
tener en mi tumba un ramo
de flores y una bandera, cubana.