La experiencia internacional demuestra que la llegada al poder de muchos denominados «socialistas» para nada significa una ruptura con las bases fundamentales de la convivencia democrática, de la decencia y de la ética.
En América ya se va constatando que en países como Chile y Brasil pueden reproducirse procesos políticos como los que ocurren en Europa, donde ya es costumbre que alternen civilizadamente en el poder de un país partidos que reflejan tendencias muy opuestas.
Esos procesos contrastan dramáticamente con otras situaciones – afortunadamente pocas – en que por vías democráticas asumen el control de la administración pública grupos políticos integrados por personas que han pasado sus vidas en las sombras de la violencia, la conspiración y la subversión.
En esas situaciones – acostumbrados por años y hasta décadas – a mentir y a simular, trasladan sus retorcidas prácticas al propio ejercicio del poder.
Cuando en lo más profundo de su alma llevan la violencia, la doble cara, la conspiración, y el engaño, se muestran incapaces de ejercer la política democrática con apego a los más elementales principios de convivencia, respeto y decencia.
Una vez entronizados despliegan conductas que claramente convalidan aquel antiguo refrán que sostiene que cree el ladrón que todos son de su misma triste condición.
Allí se comprueba con asombro que desde el propio gobierno una cuerda de golpistas convictos y confesos, los mismos que en su momento trataron de imponer su voluntad a costa de sangre inocente, calificar de «golpistas» y «conspiradores» a el que en lo más mínimo les adverse. De la misma manera transforman sus crímenes en del pasado «gestas heroicas», procurando imprimirles un barniz de legitimidad.
Cometen los más groseros fraudes y atropellos, y luego acusan a sus adversarios de lo mismo que ellos mismos acaban de hacer. Incurren en actos de violencia é intimidación, y con el mayor descaro voltean los hechos para inculpar a sus víctimas.
Todos sus pronunciamientos y protestas se convierten en un «entiéndase al revés».
Mucho más marcado resulta cuando se trata de elementos cuarteleros que jamás vieron combate, que trasladan a la política todo su juego ficticio de «guerras», «campañas», «misiones» y «enemigos»
Saben atacar, más no gobernar; y en esa misma debilidad están las semillas de su eventual fracaso – porque a la larga por más que huyan hacia adelante – sostenidos por ingentes cantidades de dinero – «árbol que crece torcido tarde su tronco endereza, pues hace naturaleza del vicio con que ha nacido».