El país está lleno de protestas: hoy lo hacen unas comunidades por agua, electricidad, gas, seguridad, vivienda o escuelas; mañana serán otras reclamando lo mismo. Protestan los presos y protestan los policías; protestan los trabajadores de las empresas expropiadas con años esperando su liquidación. Otros protestan contra los invasores y el partido que los apoya y al día siguiente protestan los invasores, expulsados del terreno invadido, porque ya el partido no los apoya y los abandonó. En cualquier momento cierran una autopista, hacen una huelga de hambre, queman cauchos, toman una alcaldía. Protestan los choferes exigiendo un aumento del pasaje y protestan los pasajeros rechazando el aumento. Ya la gente se ha cansado de que nadie los oiga cuando reclaman hablando bajito y educadamente, o que les mientan con promesas que no se cumplen o se cumplen de manera tardía e insuficiente.
Hay una relación inversa entre la pérdida de credibilidad del gobierno y el aumento de la impaciencia por parte de los ciudadanos que están cada vez más indignados. Pero solo los ciudadanos unidos, reclamando de manera organizada, pueden tener alguna esperanza de cambiar las cosas en el ámbito de su comunidad. Pero muchos problemas que se manifiestan a nivel local, responden a actuaciones y políticas a otros niveles y solo afectando los niveles superiores se pueden mejorar los niveles locales.
Por ejemplo, está el tema de la inseguridad. Una comunidad puede reclamar una y otra vez por la presencia de policías, pero poco pueden hacer estos policías –suponiendo que aparezcan- si, en el nivel del gobierno nacional, se piensa que la inseguridad es un invento mediático y que los delincuentes son victimas de la sociedad, pero victimas o no ello no les da impunidad para hacer nuevas victimas. El resultado practico es que las autoridades no controlan a los delincuentes, no investigan sus crímenes, si lo hacen no capturan a los responsables y si los capturan los sueltan a los pocos días y en todo caso les permiten seguir dirigiendo sus bandas desde la cárcel vía celulares. Las cárceles están controladas por los delincuentes, incluyendo entre ellos a los que tienen la responsabilidad de custodiarlos pues de otra manera no se explica como los encarcelados disponen de celulares y de armas de fuego de todo calibre. ¿Será que es imposible recoger y destruir todo lo que los presos utilizan para seguir delinquiendo? La conclusión es que poco lograremos reclamando seguridad a nivel de la comunidad si no apuntamos también a cambios esenciales al nivel nacional.
Obviamente, hay que seguir protestando. Cuando el gobierno, sea local, regional o nacional, no oye o no tiene respuestas, hay que gritar más fuerte y agregar más gargantas, así, tal vez, entenderán que las paciencias se agotan y que también a ellos se les está agotando la credibilidad y el tiempo para cumplir tantas falsas promesas. Comunidades que hasta ayer eran pacificas ya ven como inútil eso de mandar una carta a tal o cual autoridad, de una vez la gente se convoca para manifestar en la calle para hacerse visibles.
Se está incubando un estado de irrespeto civil generalizado. Aun no estamos en una situación de abierta insubordinación pero ya vemos a cualquier ama de casa apostarse en una vía publica y ante un guardia nacional que la amenaza con llevársela presa por guarimbera decirle “Lléveme” y diez mujeres más se le unen haciendo la misma petición. Y cuando ya no hay como impedir que la oposición siga avanzando en su proyecto político, entonces aparecen los matones disparando contra sus manifestaciones políticas como ya hicieron con Maria Corina Machado y Henrique Capriles. Si aun no hay insubordinación lo atribuyo a que el 7 de octubre ya está en el horizonte de la esperanza.
