Hace tiempo que la Real Academia Española emitió su condena a la manía de duplicar la referencia al sexo de las personas, diciendo, por ejemplo, “los hombres y las mujeres”, “los alumnos y las alumnas”, “el presidente o la presidenta”, “los diputados y las diputadas”, etc.
En estos días, el académico Ignacio Bosque, autor, por cierto, del proyecto que sirvió de base para la “Nueva Gramática de la lengua española”, publicada hace poco más de un año, escribió un enjundioso artículo sobre el tema, y puso de relieve la torpeza de esa duplicación. Bosque da como ejemplo de dicha torpeza la Constitución venezolana vigente, donde no sólo se emplea tal duplicación, sino que se abusa de ella, y de ese modo se cae en el ridículo. Nuestra Constitución es hoy, ciertamente, motivo de burla en todo el mundo.
Para evitar tal duplicidad, que es antiestética y entorpece la lectura, existen los llamados “genéricos”, ciertos vocablos que incluyen los dos sexos. Si decimos, por ejemplo, “El hombre es un ser mortal”, se sobreentiende “hombres y mujeres”. Igual si decimos “los venezolanos”, “los ciudadanos”, “los profesores”, “los jóvenes”, “los votantes”…
En muchas gramáticas he leído que estos “genéricos” son palabras de género masculino. Es un error. Hay, por supuesto, “genéricos” que son masculinos, como los ejemplos propuestos. Pero hay también muchos que son femeninos: “la gente” supone hombres y mujeres; igual “la juventud”, “la infancia”, “la adolescencia”, “la multitud”, “la muchedumbre”, “la concurrencia”, “la burguesía”, “la oligarquía”, “la población”, “la fanaticada”, “la feligresía”, “las personas”… Quizás si se observa bien resulte que los “genéricos” femeninos son más que los masculinos.
El rechazo al “genérico” se basa en creer que el uso de un vocablo masculino para referirse al mismo tiempo a hombres y mujeres es una discriminación sexual machista, denigrante contra las mujeres. Y hasta se dice que eso se debe a que la gramática fue hecha por los hombres, sin darse cuenta de que lo que llaman “la gramática” es hecha por todo el pueblo hablante, es decir, por hombres y mujeres conjuntamente. Los gramáticos, siempre tan calumniados y vapuleados, lo que hacen es recoger y codificar los modos como la gente habla.