A pesar de que los revolucionarios utópicos (de buena o mala fe) proponen la extinción de toda élite, económica, intelectual o de cualquier índole, ésta se niega a desaparecer.
Parece natural que en todo pueblo o comunidad, exista un pequeño grupo de personas que se empeña en mantener el estado de cosas o se atreven a impulsar y desafiar el orden establecido tras la búsqueda de un mundo mejor. Y ¡lo logran!
En Venezuela ha existido y existen élites de toda índole. Una élite ilustrada pre-independentista que logró impulsar la mayor transformación social que ha vivido nuestro país y el continente entero: la élite de los libertadores. Esa élite que se concentró en Caracas y se extendió por toda Suramérica llevando ideas libertarias, de igualdad, propias del pensamiento republicano, que tanto bien hizo a la humanidad entera. Todavía somos beneficiarios de las ideas y luchas de esos venezolanos ilustrados, a pesar de que muchos de ellos permanecen ignorados o ensombrecidos por la adolescente necesidad de guerreros-héroes que aún nos caracteriza como sociedad, pero que muy probablemente terminará superada ante el acecho heroico y su fracaso que hemos padecido durante los últimos tres lustros.
También ha existido una élite conservadora, especialmente vinculada con la actividad económica y financiera del país, adminiculada con la élite política o de quienes han ejercido el poder público. Esa élite que prefiere la injusticia del orden al desorden de la prosecución de la justicia, en términos de Goethe.
Durante las tres cuartas partes del siglo XIX los venezolanos vivimos la destrucción de las élites coloniales y su reconstrucción nos llevó más de la mitad del siglo XX. La generación del ’28, tan bien estudiada por nuestro historiador mayor, Manuel Caballero, y tan vilipendiada por un intelectual del chavismo como Luis Brito García, ha sido la mayor élite intelectual y política con la que hemos contado los venezolanos en la modernidad. Ese grupo de estudiantes, idealistas, luchadores y luego devenidos en intelectuales, estadistas, políticos, periodistas, parlamentarios, le dieron el gran impulso, el gran empujón a los venezolanos hacia la modernidad. A ellos le debemos la mucha o escasa cultura democrática que tenemos los venezolanos.
Y ha habido también contra élites: grupo de personas que se oponen con éxito o no a las élites dominantes. A veces logran constituirse en nuevas élites, sólidas, con pensamiento y organización (Acción Democrática, por ejemplo) y otras veces terminan en fiascos, en bandas que sin mucho andar histórico terminan disueltas como cualquier grupúsculo vandálico y con intereses alejados del espíritu del país. Grupos focalizados, revoltosos y hasta mafiosos que trastocan la historia de un pueblo en crisis, pero sin consecuencias mayores en la conciencia colectiva.
El chavismo se debate entre esas vertientes. O da un paso gigante hacia la constitución de una élite política o terminará como una banda de malhechores del siglo XXI (con elecciones y todo), copia de las bandas que asolaron el siglo XIX venezolano.
Sin embargo, todo pueblo tiene una élite invisible. Su demiurgo, su alma. Se trata de un grupo de personas conectadas espiritualmente. Es el grupo de personas que impulsa de generación en generación al pueblo hacia el avance, hacia la conquista de mayor bienestar colectivo. Es la élite pre-independentista vinculada con la generación del ´28 y con quienes hicieron posible el largo período de bienestar democrático, con todos los errores y desviaciones, pero con logros concretos y valiosos, sembrados en la conciencia colectiva. Es una élite de venezolanos de bien, de ciudadanos, que están unidos más allá de las clases sociales y económicas que el chavismo ha querido enfrentar. Son los venezolanos que le darán el empujón al país hacia el mayor bienestar posible en el siglo XXI.