«Mientras unos siguen viviendo ‘felices’ con sus trucos, sus engaños y sus placeres de ocasión; otros, los que son fieles, los que aman, dejan una huella que no puede pasar indiferente.»
Valga este introito para hacer alusión al desapego, no desde la visión con la cual los terapistas y especialistas describen como una forma de sanar las heridas. ¡No!, me refiero a quienes toman el desapego como la excusa perfecta para vivir promiscuamente, para cambiar de pareja indiscriminadamente teniendo relaciones efímeras; argumentando para ello que el apego no es bueno, así no se apegan a nadie y dejan abierta la ventana de la contaminación física y espiritual.
Entretanto viven apegados al desorden moral y emocional que no les deja enrumbar definitivamente sus vidas. Probando aquí y probando allá, en un solo «vacilón».
Entre mentiras y sobresaltos, con una vida llena de interminables parejas, blanden la bandera del desapego para continuar una borrachera moral, aduciendo ingenuidad e inocencia e incluso a Dios como baluarte de su integridad; no porque realmente sea así, ni porque tengan esa convicción, sino porque quisieran que el mundo les viera como a alguien con virtudes santas.
Creen que les preocupa la reputación propia y realmente les vale un bledo, con una conciencia deplorable en la que aprovechándose de las personas, no les importa lastimar a nadie, sin advertir que se hacen daño a sí mismas o a sí mismos.
Así hay personas que convierten sus existencias en un jueguito peligroso en el que les falta muchas experiencias por vivir y no pueden permitirse quedar ancladas en nadie «porque el apego no es bueno».
Iniciar y terminar relaciones constantemente como un círculo vicioso, bajo el argumento de que «el apego no es bueno», es una manera de escabullirse de una realidad latente, «la inconstancia moral», creyendo engañar a otras u otros, pero «no se engaña a quien se sabe engañada o engañado.»
La fidelidad es la clave para resolver esta desviación de la moralidad, seguirla es el deseo que nace en quienes quieren ser felices de verdad, en los que buscan amar en serio, romper con la mediocridad y el oportunismo, vivir aquí, en esta tierra, con los ojos puestos en el cielo, donde el amor brilla con tal fuerza que no hay lugar para ser infieles. ¿Es posible traer un poco de ese cielo a nuestra tierra hambrienta de amor y fidelidad?».
Hacer un alto en cambiar de pareja es sano física, moral y espiritualmente; en vez de desestimar las posibilidades que el destino nos presenta, saliéndonos por la tangente blandiendo «el desapego mal entendido».
El Desapego Mal Entendido
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