El deporte constituye una dimensión de la actividad humana que le permite explotar, a través de una agradable y plena combinación de esfuerzo físico y habilidades disciplinadas, su naturaleza lúdica, su creatividad y su espíritu competitivo.
Cuando la práctica de la actividad deportiva trasciende la esfera individual, escolar, amateur, meramente recreativa y su función socializadora, y aterriza en predios de alto nivel, de exigente competencia o incluso, de carácter profesional, su desarrollo supone arreglos institucionales entre el Estado y los actores involucrados en el escenario deportivo devenido mercado.
La globalización ha implicado no sólo la consolidación de una intrincada estructura económica planetaria, o el establecimiento de un paradigma tecnoeconómico y cultural a través del cual se realizan y generan relaciones de todo tipo. La globalización también ha generado una globalización del deporte.
Quizá hoy una cancha de fútbol se parezca más a una pantalla televisiva que a un rectángulo engramado con dos arquerías y 22 jugadores luchando por vencerse. Juegos Olímpicos, Mundiales de Fútbol, Eurocopa, Liga de Campeones, Ligas de Primera División o profesionales de cualquier disciplina, Grandes Ligas, Fórmula 1, NBA, y una lista que se torna casi interminable y variopinta en términos de niveles de exigencia, lugares, modalidades de competencia, públicos y sobre todo, dinero invertido. Y llegamos aquí al punto álgido del tema deportivo: el patrocinio.
La participación de la empresa privada en el deporte puede asumir diferentes modalidades, pero sin duda, la más generalizada es el patrocinio publicitario, según el cual se establecen contratos a favor de un jugador, equipo, selección o instalación deportiva, a cambio de montos con más o menos “ceros” a la derecha según la calidad o talento, la audiencia televisiva esperada y el alcance de la transmisión, además del nivel competitivo y desempeño esperado.
Sin negar los excesos y distorsiones que el dinero suele a veces ocasionar en el deporte profesional a todo nivel, (específicamente en salarios astronómicos versus salarios bastante módicos), es indudable su influencia en la masificación deportiva, y en el mejoramiento de la competitividad, y por ende, de la calidad y del buen “espectáculo” como producto final para fanáticos y televidentes.
El papel del Estado en materia deportiva es ser ente rector en su rol educativo-formativo y en su práctica infantil, juvenil y amateur, y ente regulador y creador de condiciones y estímulos en la esfera profesional. Pero esto, obviamente, no siempre se entiende así.
La Federación Venezolana de Fútbol (FVF) acaba de anunciar la rescisión del contrato de patrocinio a dos años todavía de su culminación, entre empresas Polar y la selección nacional de fútbol.
Según comunicado publicado el pasado 19-03-2012, Empresas Polar asumirá posibles acciones legales ante esta decisión, mientras otras informaciones señalaban la “presión” de PDVSA a través de cuantiosos y atractivos recursos ofrecidos a la FVF, a cambio de que esta interrumpiera el convenio con Polar, y la excluyera, previa patada cual balón de fútbol, a Polar del apoyo financiero a la Vinotinto (Diario Líder, 17-03-2012).
Que el Estado apoye a la Vinotinto, está muy bien. Pero que lo haga, excluyendo y prohibiendo la participación específica de una empresa que por décadas ha apoyado incansablemente el deporte en Venezuela a todo nivel, constituye una señal preocupante de una voracidad controladora y hegemónica por parte del gobierno, ya evidenciada tristemente con la Ley del Deporte, y ahora rompiendo todos los consensos posibles, con su respectivo reglamento. Defiende el gobierno emboinado una peculiar artimética destructiva, aplicada ya a la economía con notable éxito creador de inflación, quiebras y escasez y trasladada ahora al deporte, según la cual en lugar de sumar voluntades, se restan y extinguen apoyos.
En términos futbolísticos, y pese al obvio deseo colectivo de ver a la Vinotinto en el Mundial Brasil 2012, no cabe duda de que esa decisión representa no sólo una muestra de intolerancia roja rojita, sino un verdadero autogol.
@alexeiguerra
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