Del Guaire al Turbio – Gasolina

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El venezolano es un pueblo pacífico, demasiado, diría yo. Aguantador has- ta que ya, si no, hace tiempo que habríamos salido de esta pesadilla. Quizás hartos de las guerras del siglo XIX, nos decidimos por la paz. Cuando se sucedieron en Caracas los saqueos, a raíz de la muerte de Juan Vicente Gómez, no fue algo espontáneo, los azuzaron desde más arriba, según confesión de Jóvito Villalba en Colombia, cuando tuvo que exiliarse allá. Agregó que fueron planeados en una reunión en la hacienda Ibarra, donde luego se construyó la Ciudad Universitaria. El 14 de febrerote 1936, mi casa natal, la Quinta Berenice, en El Paraíso, fue saqueada entre otras mu- chas. Años más tarde sucedió algo que me confirmó y confirma esta con- dición no bélica del pueblo nuestro.

Cuando cayó el presidente Isaías Medina Angarita por la revolución adeco-militar del 18 de octubre de 1945, volvieron los saqueos. En ese lapso de más de 9 años mediante entre la primera y segunda entrada a saco, los Álamo Bartolomé habíamos vivido 5 años de exilio en Costa Rica, uno en Barquisimeto al regreso de éste y desde fines de 1942 estábamos de vuel- ta en la Qta. Berenice, restaurada por los inquilinos que la habitaron duran- te nuestra ausencia, porque de aquel 14 de febrero no quedaron ni las pie- zas de baño. El 18 de octubre y los días siguientes seguíamos los aconte- cimientos por la radio y hete aquí que de repente tuvimos al pueblo saque- ador ante nuestra casa. Papá salió resignado a recibirlo, nosotros íbamos detrás. Afortunadamente, los muebles, comprados en Barquisimeto, eran muy baratos, después de la experiencia del 36, él no quiso nada valioso. A- quellos hombres –unos evidentemente metidos en tragos- no se movieron y hubo este inusitado diálogo: “¿Otra vez me van a saquear?” “No, Dr. Ála- mo. Este vez no es con usted. Buscamos la Qta, San José, donde viven u- nos parientes de López Contreras, ¿no es la de al lado?” Era, pero precavi- damente le habían quitado el nombre y la familia amiga se había ido des- pavorida. Entonces Antonio Álamo dijo: “No. Ahí viven unos americanos, pero no están. Vayan a saquear a otra parte”. El pueblo dio media vuelta y se fue entonces bastante más allá, al final de la urbanización, contra el Club Paraíso, que pagó el pato, como se decía antes y no sé por qué. ¿Es lógico que unos hombres borrachos y enardecidos le digan a un reconocido gomecista “esta vez no es con usted” y se marchen tranquilitos?

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Este pueblo manso, sufriente, ha sido y sigue siendo engañado hoy, ¡más de 13 años de promesas! De pañitos calientes con tal o cual misión; con dinero y caña para traerlo en autobuses a manifestar adhesión a un sátra- pa; con casas por hacerse que no se hacen nunca o que hechas se des- moronan; con eternos damnificados incitados a la invasión de lo ajeno; con puestos sanitarios atendidos por médicos extranjeros incapaces; es más, con el criminal engaño a la juventud de graduar en corto tiempo profesiona- les sin la preparación ni la experiencia debidas y así lanzarlos a la medio- cridad y el fracaso; con distorsión de la historia patria en los nuevos textos escolares para envenenar la mente infantil con falacias socialistas derrota- das; con siembra de odio de clases que nunca había existido en Venezue- la; con despilfarro de la rentas de nuestro principal y casi único producto natural que nos sostiene, para entregarlo a cómplices extranjeros o enri- quecer el bolsillo de los secuaces del régimen. En suelos foráneos el dinero del petróleo regala maquinarias y lo construye todo: escuela, carreteras, re- finerías… en el país no somos capaces ni de controlar un derrame. ¡Basta!

¿A qué viene todo este alegato por mi pueblo pacifista? Es para apoyar con hechos lo que para mí es un deber de justicia expresar con énfasis. En desacuerdo con todos los sabios economistas, yo, que no lo soy ni quiero serlo, estoy en contra de algo que hace tiempo se viene proponiendo: el indispensable paso -dicen- de aumentar el precio de la gasolina, lo único barato que nos queda. ¿Por qué mi tesis? Porque también es lo único, óigase bien, ¡lo único!, que goza el pueblo entero de su petróleo. No es sólo de quienes tienen vehículo propio -bastantes, por cierto- sino de los de a pie, de los pobres usuarios del transporte público. Si sube el precio de la gasolina, ¿acaso no subirán también el pasaje de autobús y quién sabe cuántas cosas más dependientes del precioso líquido? ¡No! Déjennos dis- frutar en paz y por mucho tiempo, de ese íngrimo bien colectivo.

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