Debemos advertir sobre la magnificación de la fuente oral. En Venezuela en el contexto del proceso revolucionario encabezado por el Presidente Hugo Chávez desde 1999, se ha iniciado una política de reivindicación de los excluidos, no solamente otorgándole poder económico y político, sino reconociendo su papel en la historia. Desde el discurso presidencial, pasando por los programas de estudios de las nuevas universidades, La Misión Cultura y las otras misiones educativas, el Centro Nacional de Historia, los nuevos medios de comunicación se ha hecho todo un esfuerzo por rescatar y reconocer el papel del saber popular y toda la historia de la mayoría de la población que fue sometida, no solo económicamente y políticamente sino marginados de la historia.
Con esta intencionalidad estamos totalmente de acuerdo, nuestras diferencias comienza en el plano metodológico. Lamentablemente muchos de los actores que pretenden convertirse en investigadores e historiadores de lo popular no cuentan con las herramientas teóricas y metodológicas para lograr este fin. No han sido formados para diferenciar entre lo que es una entrevista y una narración con lo que es la construcción histórica.
Las entrevistas orales, el testimonio puede ser fuente e instrumento para el trabajo del periodista, narrador, analista de discurso, el politólogo, el sicólogo, biógrafo, cultor, antropólogo y también del historiador. Lo que hace que una entrevista se convierta en fuente para la reconstrucción histórica es el historiador, mejor dicho la persona con conocimientos profundos sobre los siguientes elementos: 1.-Contextualización del sujeto que investiga. 2.-Contextualización del tiempo que se pretender abordar. 3.- Conciencia es decir, dominio teórico y filosófico que le permiten entender el sentir de la fuente oral. 4.- Capacidad de triangular la información de la fuente oral con la fuente escrita. 5.- Capacidad de sintetizar y narrar con el discurso histórico esta conjugación de información, teorías y filosofías.
La fuente oral magnificada puede caer en el error de hacer de una historia individual, una biografía, una narración particular, convertirla en un hecho único, cuando a lo mejor no lo es. Se cae fácilmente en el individualismo, la magnificación de los personajes populares, lo que sería una historia al revés, pasando de una historia de los grandes héroes de las elites a una historia de los personajes e individualidades populares. Al final seguirían siendo historias individuales, donde se pierde el sentido del colectivo, en este caso, del pueblo. Tampoco toda historia oral o testimonio puede ser identificado como sinónimo de historia popular, no obligatoriamente refleja actos de rebeldía, ni el testimonio es siempre una denuncia. Muchas veces la fuente oral, que tiene como objeto a personajes populares, nos ofrece evidentes grados de alienación y complicidad con los sectores dominantes.
La llamada historia oral muchas veces es el pretexto para hacer una historia de las victimas, como si se tratara de una narración mitológica o simplemente el drama de una película: la lucha entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo, entre las victimas y los victimarios, donde los pobres siempre son las victimas y no son responsables ni culpables en nada de su situación. Todo es el producto de la dominación, de la explotación económica y de la alienación política y cultural.
Así como existe en el mundo político una vanguardia o partido que reivindica lo popular, también debe existir una historia popular que le de heroicidad. Esto es una historia manipulada, una historia política, que más que histórica es política, se trata de buscar simpatía, vía populismo. Esto hace que desde la noche a la mañana comiencen a surgir desde etnias indígenas, culturas ancestrales, movimientos afro ascendentes, levantamientos políticos, protagonismo en la guerra de la independencia, magnificación de movimientos rebeldes y guerrilleros, pero que no tienen sustentación en ninguna otra fuente, salvo en la imaginación humana. Eso no es historia.
No se trata de magnificar a las corrientes positivistas y al papel de las fuentes escritas. Pero es necesario señalar que con toda la intencionalidad de estas fuentes y el reconocimiento de que son productos de los intereses de las élites dominantes, la mayoría de los casos no responden a caprichos, la mayoría de estas fuentes responden a obligaciones: desde escribir un suceso o un hecho, rendir un informe, tenían como destino contribuir con el control económico político y cultural, y aunque en el análisis del lenguaje consigamos parcialidades y elementos de subestimación a los dominados, debían evitar el invento, la magnificación innecesaria, porque ese discurso era y es aún hoy un elemento administrativo del control de las élites.
La fuente oral, sin negar sus meritos, se enfrenta con el peligro del poder de la memoria: 1.- ¿Qué tanto, cuánto y desde cuándo puedo recordar con precisión?. 2.- ¿Cuándo puedo diferenciar lo que es verdad de los que es imaginación?. 3.- El sujeto a investigar o entrevistado es un hombre como todos lleno de pasiones, que narra sus propias visiones de los hechos y que por lo tanto se parcializa si el o uno de los suyos estuvo involucrado en el suceso a investigar. 4. La manipulación del investigador, transcribir lo que le conviene o no.
Así como no puedo magnificar a la fuente oral y darla como verdadera tampoco lo podemos hacer con la historia popular. Ya el hecho de hablar de historia de las élites y de historia popular es una parcialidad, es una pretensión, esta cargada de subjetividad y de intencionalidad política.