Presurosas, hacendosas, diligentes y desafiantes; atentas, radiantes, motivadas y motivadoras; intuitivas, misteriosas, tiernas y fuertes.
Adorables criaturas, complementos perfectos, deidades terrenales, compañeras ideales, caprichos sublimes, enigmas indescifrables, destinos queridos, sueños reales, pasiones ansiadas, amores concretos, horizontes buscados, ternuras del alma, voces acariciantes, hálitos de vida, cautivantes ninfas, vestales encantadores, virtuosas señoras, afanes luminosos, inteligencias desbordantes.
Jardines encantados, montañas retadoras, cúspides conquistadas, noblezas encarnadas, bondades enraizadas, sufrimientos silentes, valentías impetuosas, esplendores de amor, baluartes de firmeza, graciosos frenesíes, etéreas y tangibles, veleidades soportables, anclajes del hombre, deleitosos aromas , encuentros añorados.
No podría haber sido otra la magnificencia del creador al hacer a la mujer como idónea para el hombre, por no ser bueno que permanezca solo (Génesis 2:18). Así, el Señor de los cielos, le dio al hombre un maravilloso ser, que se conjuga entre el dulzor y las especias.
Es su esencia, la cadencia en su caminar, el éxtasis de su mirada y su respuesta al saludar.
Lo impresionante de sus pucheros o el enojo; pero mejor aun, su sonrisa que todo lo ilumina, las llenan de sobriedad.
La mujer evoluciona hacia estadios de mayor delicadeza, donde la sensatez que le entregan los años, las coronan como reinas o princesas, que hacen nacer el anhelo en todo hidalgo que las admira y las añora.
Ellas son la fascinación del hombre, siempre primavera, reverdecer del espíritu. La mujer es sin lugar a duda un alma sensible y sincera, revestida por una piel de seda que remarca su silueta… Para el conquistador Bonaparte “Una mujer hermosa agrada a los ojos; una mujer buena agrada al corazón: la primera es un dije, la segunda es un tesoro”.
Son bellas, fuertes y sensibles, cariñosas, intuitivas, sentimentales e inteligentes; pero lo más importante, solo ellas son dadoras de vida.