ABC. Es: Caracas, ciudad sin ley

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Los barrios en los que el régimen encuentra su mayor apoyo son paraísos del crimenEn el distrito «23 de Enero» aparecieron grafitis de la Virgen y el Niño con kalashnikov

La fiesta con la que celebró su 18 cumpleaños terminó con sangre. Jaicy Nairim Suárez no pudo seguir corriendo —era una atleta— porque una bala que le disparó un joven desconocido de 15 años le perforó la pierna el pasado domingo por la tarde en el parque Yare, situado en la calle Chacao de la caraqueña urbanización Macaracuay. Después Jaicy se arrastró herida para ayudar a su amigo Carlos Antonio Armas, de 24 años, que también yacía mortalmente tiroteado por el mismo pistolero. Este joven, antes de ser identificado, se dio a la fuga en su moto tras ver cumplidos sus deseos de venganza. La Policía no descarta que el asesinato fuese debido a razones pasionales, una venganza o ajuste de cuenta entre bandas y pandillas juveniles.

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Los dos jóvenes tiroteados vivían en el barrio El Morro de Petare, zona «roja» y peligrosa, pero donde es usual que los muchachos de los sectores populares frecuenten a sus amigos de las urbanizaciones de clase media como Macaracuay. Es en las zonas deprimidas donde el chavismo ha encontrado su principal respaldo popular. Pero, tras todos estos años de régimen chavista, la delincuencia se ha cebado con esas mismas zonas y ha convertido a la juventud de los barrios más duros en su víctima propicia.

La religión del pistolerismo

En el barrio «23 de Enero», bastión del chavismo, hay grafitis en los muros de un Cristo armado con fusil y la Virgen María y el niño Jesús con kalashnikov. Y hace unas semanas el grupo chavista La Piedrita protagonizó un escándalo por fotografiar a niños de la revolución fusil al hombro. Ese mismo grupo chavista se enfrentó el pasado sábado con otra banda por el control de la zona. En el tiroteo murieron Óscar José Nava López y Raymon Josué Bustamante Alcántara. La cifra de homicidios en la zona metropolitana de la gran Caracas aumentó un 52,58% al pasar de 2.286 muertes en 2010 a 3.488 en 2011, afirma Carlos Santos, representante del Instituto de Investigación de Convivencia y Seguridad Ciudadana. Santos explica que el número de homicidios por cada 100.000 habitantes subió de 71 en 2010 a 108 en 2011.

El español Antonio Gil Gil, un comerciante de ferretería de 62 años, deseaba regresar a Galicia, pero unos delincuentes le frustraron sus planes. El pasado sábado fue a cenar a la Hermandad Gallega y al volver a su casa en la urbanización de Montecristo, pasadas las diez de la noche, unos delincuentes le sorprendieron al abrir la puerta. Murió de un tiro en el abdomen al intentar escapar. La urbanización se halla en una zona tranquila vecina del municipio de Chacao, uno de los más seguros de la capital, pero aun así no se escapa de las estadísticas negras que cada fin semana colapsan la morgue de Caracas.

De los cinco municipios caraqueños, el más violento es el de Libertador —dirigido por el alcalde chavista Jorge Rodríguez—, afirma el concejal metropolitano Freddy Guevara, presidente de la Comisión de Seguridad Ciudadana y de Derechos Humanos del Cabildo Metropolitano. Allí la cifra de homicidios aumentó un 64,7%, de 1.700 a 2.800 entre 2010 y 2011.

El criminólogo Javier Gorriño, secretario administrativo del Consejo Metropolitano de Seguridad Ciudadana, señala a ABC que la primera causa del auge de la criminalidad en Caracas es «el mal manejo de la política contra la delincuencia del Gobierno de Chávez». No hay programas coordinados entre el Gobierno y los municipios, precisa. Y la política preventiva social ha fallado porque el abandono escolar es muy alto. «Los niños que dejan la escuela van camino del delito, pronto pueden convertirse en víctimas o en criminales», dice.

La Policía casi nunca sube a los cerros de Caracas para patrullar y prevenir los delitos. Solo cuando las escalinatas de las callejuelas se tiñen de sangre, por los tiroteos entre las bandas de narcotraficantes que buscan controlar la zona, los investigadores se asoman para ver qué pasa.

«Desde hace quince años no han mejorado las condiciones de la Policía de investigación científica. Tenemos los mismos 7.000 funcionarios. No hay recursos ni material para que mejore la calidad de su trabajo. Y luego tenemos una pésima política penitenciaria. Las cárceles son depósitos de hombres, No hay reeducación ni reinserción social. Son escuelas de crímenes», subraya Gorriño.

El binomio pobreza-delito no justifica por sí solo el aumento de la criminalidad, sostiene el criminólogo, que defiende la capacidad de trabajo de los habitantes de los barrios caraqueños. «Se levantan a las tres o cuatro de la madrugada y se exponen al frío y la amenaza de los delincuentes (caminan en grupos para protegerse) para llegar a tiempo en su trabajo».

Los más humildes y los jóvenes son, sobre todo, las víctimas de la violencia urbana, el mayor problema al que se enfrenta Venezuela.

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