Rostros de la violencia: “Guardo la esperanza de que mi hijo aparezca vivo o muerto”

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El pasado 28 de febrero, hace 18 días,  se cumplieron 32 años del nacimiento de José Luis Prado Núñez. Su madre lo recuerda como un ser especial no sólo porque no era del todo normal debido a leve retraso mental, sino porque siempre se caracterizó como un ser muy cariñoso, carismático, servicial, juguetón, trabajador y solidario.

Toda su vida José Luis vivió junto a su progenitora y siete hermanos en un humilde rancho en el sector El Cardonal de Santa Rosa, hacia pueblo abajo vía al estadio.

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Por su condición de minusvalía mental sólo estudió hasta segundo grado en la escuela nacional Juares, cerca de su residencia.

Un día se cansó de lidiar con los cuadernos, lápices y libros y le comentó a su progenitora que no volvería a las aulas de clases,  y así fue.

Desde su pubertad, adolescencia y juventud mostró interés y destrezas para montar caballos; le atraían las bestias y como en su comunidad había una caballeriza se encargó de cuidar los animales. Por este oficio recibía en contraprestación, una paga no muy significativa,  pero importante para él y los suyos.   

Todos en su vecindad conocían al “Chencho”, como era popularmente conocido, no sólo porque le gustaba montar caballos, ir a los toros coleados y fiestas patronales, sino porque además limpiaba patios con frecuencia y hacía los mandados de varias personas. Así también se ganaba la vida, honestamente.

A pesar de ser una persona alegre y festiva no le gustaba tomarse fotografías. La única gráfica conservada por su familia fue en el cumpleaños número 101 de su abuela, ya desaparecida.                

No tenía entrada policial

El cuarto de ocho hermanos, según el recuerdo de familiares y vecinos, era una persona, aunque enferma, tranquila, conversadora y muy hogareña. Para las siete de la noche, normalmente ya estaba en su sencilla morada junto a los suyos.

No poseía antecedentes penales ni nunca estuvo detenido por la policía. Solía  participar en las caimaneras o iba ver los partidos de béisbol en el estadio Rubén Tovar de Santa Rosa. Allí siempre jugaba con los niños del sector porque a pesar de su tamaño y edad se consideraba otro chiquillo travieso.

Su última salida

Como en otras oportunidades,  José Luis salió de su casa en horas de la mañana hacia el estadio el 28 de noviembre de 2006; allí esperaba encontrarse con una señora  que necesitaba le buscaran unas tapas de zinc, pero la mujer no apareció y el joven se quedó apreciando un juego de pelotas. 

Antes del mediodía, según relato de testigos, una comisión de funcionarios policiales se presentó en Santa Rosa en un operativo envolvente.

Andaban en tres jeeps tipo machitos color blanco, sin placas. Algunos de los que estaban en el campo deportivo salieron corriendo al observar la presencia policial pero José Luis y otros menores se quedaron sentados en la acera. Chencho, dice su madre, le habría dicho a los demás muchachos que se quedaran tranquilos por aquello de quien no la debe no la teme.

Al grupo los detuvieron y embarcaron en las unidades tripuladas por 12 supuestos efectivos de algún cuerpo de seguridad.

Los ruletearon por el sector y en una de las esquinas bajaron a los menores de edad, pero a José Luis lo dejaron en la parte de atrás de la unidad rústica, aparentemente amordazado, maniatado y con una bolsa en su cabeza. De allí se lo llevaron y lo desaparecieron.

Horas de terror

La señora  María Eugenia Prado, de 70 años de edad, con su rostro curtido por las arrugas, sus ojos profundamente hundidos y llorosos denunció que ese mismo día los aparentes policías llegaron a su rancho,  pero dejaron a su hijo en el carro retenido.

“Sin ningún tipo de identificación, ni orden judicial penetraron a la casa y apuntaron a mis hijos con armas largas y cortas.  Yo estaba en parte de atrás,  en el lavadero y al darme cuenta de la situación pregunté por qué actuaban de esa manera y los funcionarios me respondieron que nos quedáramos tranquilos que nada pasaría, que ellos estaban buscando a la rata del Chencho porque había matado a seis funcionarios de la Guardia Nacional y la orden era aniquilarlo”.

Revisaron lo poco que teníamos, agrega, y uno de los funcionarios se metió en mi cuarto y trató de mover el colchón a solas,  pero mi hija no se lo permitió, a lo mejor, presume, me querían sembrar con droga para mandarme a Uribana.

Después de varios minutos de angustia y zozobra por la presencia de hombres armados en su residencia, la calma retornó una vez que los aparentes funcionarios de civiles abandonaron el lugar.

Búsqueda infructuosa

Apenas la comisión salió de Santa Rosa, la preocupada madre se trasladó hasta la comandancia de policía, en la calle 30; al Cicpc, a la desaparecida Disip hoy Sebin, al hospital, prefectura y cuanta institución tuvo tiempo de visitar.

En ningún lado le dieron información sobre el paradero de su descendiente. Nadie, aparentemente tenía conocimiento del operativo policial desarrollado en Santa Rosa aquel 28 de noviembre.

A los funcionarios destacados en las instancias públicas les parecía extraño que la novedad o detención no apareciera registrada en ningún libro. Era como si no existiese la orden de “peinar” Santa Rosa o no tenían conocimiento que alguna comisión fue al lugar a practicar redadas u operativos. Pareciera entonces que la tierra se tragó a José Luis Prado Núñez.

Para la abuela María Eugenia han sido seis largos años de sufrimiento, desesperación e impotencia.

“Pasé el primer 31 de diciembre de 2006 y el resto de los fines de año en llanto, pensando a cada momento en mi muchacho, sin entender porqué me lo arrebataron. Es muy difícil esta situación que vivo, no duermo bien ni me hallo sin mi hijo. Fue un duro golpe para mí, en mi corazón tengo una llaga y lo peor es que no tiene cura. Es un golpe cruel haberme quitado a mi hijo especial, quien era muy bueno conmigo”.

“Lamento estar en este callejón sin salida, ando como un ave nocturna en la calle y sin rumbo, la verdad no me hallo en ninguna parte, solo guardo la esperanza de encontrar a mi hijo vivo o muerto. Tengo fe que arriba hay un Dios que mira para abajo y ve lo que cada quien hace, que Él perdone y bendiga a quienes me han hecho vivir este amargo y largo sufrimiento”.

Precarias condiciones

Tanto el testimonio como la situación de insolvencia en la que vive la señora María Eugenia conmueven a cualquiera.

La septuagenaria ha logrado que la Municipalidad de Iribarren le haya sustituido, hace un año, su rancho por una vivienda tipo rural de tres habitaciones, baño, sala y comedor,  pero igual experimenta una pobreza extrema.

Habita con dos de sus siete hijos y subsiste gracias a una pensión de un poco más de mil bolívares mensuales porque trabajó durante 38 años como aseadora de la jefatura civil de Santa Rosa.

En su sencilla morada de piso rústico no hay muebles, mesas ni equipos electrodomésticos. La sala luce pelada y con un tanque azul donde almacena agua porque no cuenta con tuberías instaladas para el vital líquido. Para la entrevista una pariente le prestó dos sillas y un vacío de cervezas que sirvió como mesa. Su patrimonio hogareño está compuesto por una pequeña nevera, una cocina sin horno, una cama y un televisor.

A pesar de su edad, lava y plancha en casas de familias  con el fin de reunir lo necesario para la manutención de su núcleo social.

“Soy muy pobre, no tengo cómo atender las pocas visitas que llegan,  pero mi familia y los vecinos siempre me ayudan y brindan algo. Dios no me desampara”, expresa con agradecimiento quien vive en carne propia las injusticias de un país en el cual no impera el estado de derecho.

Apoyo moral e institucional

El Comité de Víctimas contra la Impunidad se ha convertido en un aliado y apoyo para la señora María Eugenia Prado. “Tengo que agradecer primeramente a Dios y a ellos porque han sido firmes, incondicionales y me han dado valor de seguir adelante con la denuncia para saber qué pasó con mi hijo. Me han acompañado a la fiscalía de Ministerio Público donde me insisten en llevar testigos que no consigo”.

“El comité me ha atendido muy bien, mi caso está en la fiscalía 21 y espero que algún día me den noticias sobre el caso de la desaparición forzada de mi hijo porque arriba hay un Dios que ve todo; además en la tierra no hay crimen perfecto”.

En los tribunales, refiere, me han dicho que quizás la desaparición de mi es hijo fue una equivocación de persona, pero van seis años y nada sé de él. “Tengo y guardo la esperanza que aparezca vivo o muerto, pero que aparezca para quitarme la angustia que no me deja vida”. Cualquier información la agradece al 0251-2552063.

Fotos: Elías Rodríguez/ Simón Alberto Orellana

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