Indiferencia

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Esta es una palabra que representa una actitud con la cual hemos convivido los venezolanos. La indiferencia, y la indolencia son dos signos de nuestro tiempo. No nos sentimos identificados con lo que pasa a nuestro alrededor. Pensamos que lo que le pasa al otro no nos pasará a nosotros y de esta manera nos quedamos paralizados, sin actuar.

Dicen que los personas quienes viven en tribus tienen sentido del nos y reflexiono: ¿será que nosotros lo perdimos por vivir en ciudades ? Entre más grande es la ciudad, más anónima es la gente. Ellas nos arropan, nos marcan unas características, y nos inducen a actuar más como seres individuales que colectivos, pero debemos unirnos para preservar las normas que nos dan ese sentido de cohesión.
Entonces, me pregunto: ¿Cómo hacer para recuperar ese sentimiento de pertenencia a una comunidad y entender que si le pasa algo a uno, a un grupo, eso permea a la sociedad entera?
Es absurdo pensar que somos seres aislados que vivimos en comunidades, pero sin pertenecer a ellas. Es decir, sentirnos que somos venezolanos, o barquisimetanos, para recibir los beneficios del estado, pero no para ayudar a nuestros hermanos que están padeciendo o sufriendo. Lo que le pase al colectivo repercute en el individuo, por eso no debemos ser indiferentes.
Por otro lado, si nos detenemos a pensar sobre lo que pasa en las mismas familias, nos percatamos que eso es una muestra de una realidad mayor. En las familias, los miembros, crecen juntos, y luego, cada quien busca un lugar para desarrollar sus talentos, para trabajar y se desliga de sus parientes cercanos, sin contribuir al bienestar del grupo.
Eso mismo pasa en la sociedad. No nos sentimos responsables ni comprometidos con lo que le pasa al otro porque sentimos que no es nuestro problema, que cada quien se busca su suerte. Pero, se hace necesario cambiar esquemas, construir nuevos patrones para tener más felicidad colectiva. La unión es la clave para el cambio.
Todo este largo preámbulo viene a colación por el caso de las invasiones que han ocurrido en cualquier ciudad del país. Se han invadido terrenos, casas, edificios, fincas, y demás propiedades individuales.
La mayoría, que no poseen ninguno de estos bienes no se sienten conmovidos por este hecho irregular y los que tienen alguna propiedad no se dan por aludidos mientras ésta no haya sido tomada, se sienten a salvo de una acción similar.
Nadie dice nada, es un silencio cómplice que atropella, porque todos somos afectados en una u otra forma. En este sentido, los que no tienen nada, aspiran tener y los que tienen, desean conservar su propiedad para su disfrute y el de su familia. ¿El problema es del expropiado, del invadido o de todo el colectivo?
Es del colectivo, porque juntos construimos un país, somos un todo y cuando se afecta una parte se afecta a la totalidad, por lo tanto debemos reaccionar. Salir de nuestras casas a observar lo que le pasa al vecino y ayudar. Unirnos para defender lo que es de todos. Una violación a las leyes constituye un hecho grave que debemos reprobar, si nos callamos, estamos perdiendo lo que ha costado tantos años ganar: los derechos individuales y colectivos. Si nuestros libertadores hubieran pensado y actuado como estamos haciendo nosotros, no tendríamos la patria libre que tenemos ahora.
Por eso escribo este artículo, desde el corazón, y con la razón para llamar a mis compatriotas a revisar la indiferencia que estamos asumiendo como colectivo, porque nos está haciendo daño a todos. Una manera de solidarizarnos con los que han sido invadidos, expropiados, es respondiendo como sociedad organizada, protestar, hacer cartas públicas, fundar asociaciones pro defensa de la propiedad, adherirnos a los movimientos políticos que deben surgir en defensa de ese derecho, buscar asesoramiento de expertos como abogados, parlamentarios y cualquiera que tenga un aporte para desatar este nudo que nos está oprimiendo y que nos está haciendo sentir como una sociedad cómplice.
Considero que es preciso participar en unidad. En esa participación debemos movilizarnos: las asociaciones, juntas comunales, organizaciones religiosas, estudiantes, amas de casa, agrupaciones profesionales y levantar nuestra voz de protesta utilizando para ello las redes sociales, medios de comunicación y cualquier otro.
Debemos activarnos para rescatar lo que nos pertenece: el derecho a la propiedad privada ya que es un eje de desarrollo en cualquier sociedad organizada. 

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