Tenemos como los grandes acontecimientos políticos del siglo XX venezolano, la declaración y surgimiento de la Generación del ’28 y la fundación y consolidación de Acción Democrática, sin menospreciar otros actos, hechos y acontecimientos que enrumbaron a Venezuela hacia la modernidad política.
No estamos en capacidad para decir cuáles serán los grandes fenómenos políticos del siglo XXI, eso será tarea de quienes piensen el país dentro de 90 años. Pero sí podemos recurrir a nuestra intuición colectiva, con todos los riesgos que implica y sin ánimos de sentar cátedra en historia política, para sostener que lo acontecido alrededor de Unidad Democrática venezolana, marcará nuestro devenir histórico en este siglo que nos tocó vivir.
Lo diré sin ambages: la Mesa de la Unidad Democrática será el gran acontecimiento político, si no de todo, por lo menos de la primera mitad del siglo XXI venezolano.
La MUD es la síntesis de lo mejor que tenemos los venezolanos, como país, como sociedad, como comunidad política. Se trata de la más grande negociación política que hayamos vivido los venezolanos en nuestra historia. Y se trata del rescate de la legitimidad entre los venezolanos de la negociación y transacción política, democrática, muy lejos de los acuerdos cogollocráticos y también del voluntarismo militarista. Ya podemos hablar de negociación política sin que nos quede por dentro el mal sabor de la degeneración de lo político entre los venezolanos.
La Unidad Democrática surgió de nuestro propio devenir histórico. Hunde sus raíces en los mejores proyectos democráticos y civilizados que hemos tenido en nuestra historia, para lanzarnos hacia el futuro, nuestro propio futuro, dando surgimiento a eso que llaman «espíritu nacional» o «identidad nacional». Y en el camino tuvimos que padecer los errores propios de grandes procesos colectivos: enfrentar la tentación autoritaria desde la lucha intestina de intereses, alejados del espíritu democrático.
Ante los errores y fracasos de una oposición, cuyo liderazgo estaba ajeno del devenir histórico, del «espíritu nacional», con escasa cultura política y democrática, surge la Unidad Democrática para señalar el rumbo, de largo aliento, como toda solución que implique el respeto por los principios universales de la democracia y de los derechos humanos.
La Unidad Democrática cambió el norte de la oposición venezolana, pues no se trata de salir de Chávez como sea, sino de salir de lo que el chavismo ha representado, sin menospreciar las grandes denuncias articuladas por este acontecimiento político que eran -y siguen siendo- oportunas y legítimas. Se trata de salir de la irresponsabilidad en el manejo de los asuntos públicos, de la improvisación, del desprecio por la institucionalidad y legalidad democrática, del personalismo en el ejercicio del poder, del centralismo burocrático regresivo, del irrespeto por la cultura de los derechos humanos, del sectarismo y la intolerancia, de la exclusión y discriminación ideológica, de la confusión entre partido político, gobierno y Estado, de la manipulación sistemática, del sacrificio de los valores humanos por intereses ideológicos y del aferro corruptor al poder, inclinaciones que también hunden sus raíces en nuestra historia, pero en lo peor de nuestra historia.