Pasajeros impactados por el choque de tren que dejó 50 muertos, pero habituados a viajar en condiciones deficientes, volvieron el jueves a subir al tren, apretujados como a diario aunque evitando los primeros vagones, en los que más gente perdió la vida en el accidente.
«Hoy hay más miedo, la gente se agarraba de las cosas cuando el tren llegó a la estación y los primeros vagones iban casi vacíos», dijo a la AFP saliendo del andén Cristian, un joven de 25 años, que todos los días toma el tren desde Moreno, 44 km al oeste, donde la línea Sarmiento inicia el recorrido, para llegar a su trabajo en la capital.
El miércoles, un tren proveniente de Moreno en hora pico (punta), aparentemente por falla de frenos, embistió el andén con un saldo de 50 muertos y 703 heridos, que en su mayoría viajaban en los dos primeros vagones, ya que por el impacto, el segundo vagón se incrustó en el primero, que iba abarrotado de gente.
«Viajamos igual que siempre, apretados, pero hubo un poco menos de gente en los vagones de adelante», dicen Leandro y Ana, una pareja de 28 y 25 años, al bajar de otro tren minutos más tarde.
En la estación terminal de Once, una de las más concurridas ubicada en un barrio comercial del centro de Buenos Aires, a poco más de 24 horas del siniestro la vida es casi normal: los negocios están abiertos, la gente circula sin cesar pero se percibe un clima tenso.
«Hay más silencio, la gente está como shockeada. Yo, directamente no dormí. Estoy impresionado por lo que vi. Me quedó la imagen del polvo levantándose por arriba del tren más que el ruido», cuenta Daniel, de 19 años, apostado en el kiosco de diarios que atiende hace más de un año, justo frente a los andenes.
Daniel asegura que pese a que «hoy hay menos gente en la estación» su negocio anduvo mejor que nunca: «Los diarios se vendieron como pan caliente», dice exhibiendo pequeñas pilas de periódicos con las fotos de la tragedia.
Los empleados de la empresa Trenes de Buenos Aires (TBA), concesionario privado del servicio, tienen orden de no hablar con la prensa.
«En lo personal después de lo que vimos ayer, nada puede ser igual, pero no puedo hablar con la prensa, ni como empresa ni como trabajador», admitió a la AFP un empleado aparentemente jerárquico y sin identificación, apostado frente a los molinetes, paso obligado a los andenes.
El silencio de los empledos vino luego de que Roque Cirigliano, director de material rodante de TBA, se presentara a hablar con la prensa en la estación, provocando la reacción de pasajeros que lo insultaron y le gritaban: «¡Asesino!».
Los que bajan y suben de los trenes no pueden evitar mirar hacia el andén 2, donde el tren de ocho vagones estrellado sigue en el lugar pero tapado por grandes telas negras colgadas a lo largo del andén, cuyo frente fue tapiado con maderas.
«Detrás de la lona, se ven todas las ventanas rotas», dice una nena de unos ocho años que habla con su abuela, señalando el lugar.
Un tren llega a la estación desde Moreno, conducido por un joven de ojos claros y pelo negro cuidadosamente peinado con gel: se llama Ezequiel, tiene 25 años y viene de familia de conductores.
«Está todo muy fresco. Quizás ahora pondrán más atención en el equipamiento. En las horas pico el tren no te contesta porque va cargado hasta tres veces más de lo que soporta la potencia de los equipos», declara a la AFP.
Este joven, que conoce porque «es de la misma camada», al maquinista Marco Córdoba que conducía el tren accidentado y sobrevivió, dice no tener miedo porque «estamos muy preparados, tenemos un curso de más de un año».
De Córdoba, su colega, lo describe como «un pibe serio, no salía a ningún lado, esos que parecen ancianos» y sonríe como si se tratara de una picardía adolescente.
Las historias se repiten: «¿Cómo viajo? Apretada, como siempre», responde una señora que ingresa apresurada al tren antes de que las puertas se le cierren en la cara.
«Ayer zafé. Tenía turno con el oftalmólogo para mi bebé pero me quedé en el banco para un trámite. Si no, quizás estaba en ese tren. En la provincia (periferia) todo es complicado, no te queda otra que venir a la capital», confiesa Miriam Rodríguez, de 36 años, que lleva su bebé de seis meses en brazos, como lo hace casi a diario.
Emilio, que hace 40 años vende diarios en los andenes y viaja a diario en el mismo tren, sostiene que en la estación «se siente un pesar por lo que pasó, pero hoy viajó todo el mundo: la gente no tiene otro medio mejor, es barato y rápido».
Foto: AP
Conmocionados y con resignación, pasajeros vuelven a usar tren en Argentina
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