El próximo domingo habrá primarias entre los factores de la unidad democrática.
Se escogerá a un candidato presidencial único, con el encargo de enfrentar las pretensiones del aspirante a la perpetuidad.
Lo que pase ese día es importante, muy importante, pero cuanto ocurra, o deje de ocurrir, de aquí al 7 de octubre, es más trascendente aún. Será crucial. Nos marcará, para bien o para mal, por muchos años.
Las cuentas dibujan en el paisaje político nacional, una inmensa interrogante. Tanto para quienes detentan el poder, como para los ubicados en la acera de enfrente. Nada está definido. La última palabra no ha sido dicha. El final de esta historia dependerá de muchas incógnitas que esperan por ser despejadas.
El primer paso sería estar conscientes de eso. Un error que se pagaría caro, pues tiene el precio de nuestro futuro, y el de la libertad, sería caer en un optimismo irreflexivo, necio. Superficial. Creer que el mandado está hecho. Eso es tan reprochable como el otro error al acecho: dejarse abatir por el pesimismo. Ni lo uno ni lo otro, pues.
Urge pisar tierra. Valorar cada paso. Afinar la estrategia. Estar claros acerca del objetivo superior. Tirar del remo todos en un mismo y armónico compás. Sin distracciones ni contrasentidos.
El Gobierno, por estos días, insiste en su juego de sembrar en nuestros espíritus eso que los psicólogos llaman la desesperanza aprendida. La táctica de inducir la desmotivación colectiva ya ha dado sus frutos antes, y ahora el oficialismo se engancha a ella, a falta de una obra de Gobierno digna de ser exhibida.
¿Qué busca el líder de este viejo, anacrónico y fallido régimen (al final de este período él habrá acumulado catorce largos años el poder), cuando pone a los magistrados del TSJ a gritarle alabanzas en cadena de radio y televisión, y darle vivas a la revolución, al igual que lo hacen las turbas ciegas y enfebrecidas? ¿Qué intenta además, el autócrata, con el descaro inaudito de nombrar ministro de la Defensa al general que ha jurado no permitir una victoria electoral de la oposición?
Está claro. Busca desmoralizarnos. Acobardarnos. Producir la parálisis social. La anomia. Busca remachar la desconfianza en instituciones fundamentales. Espera que nos encojamos de hombros, y acabemos pensando, como ocurre con tanta gente ahora, que no hay nada qué hacer. Un CNE parcializado, unas Fuerzas Armadas rendidas a los pies de su comandante en jefe, un TSJ rojo rojito, ¿podría concebirse peor degradación del sistema democrático?
Si la parte del país que está hastiado de este bochinche de ineficiencia y corruptelas legendarias se reclinara una mañana cualquiera en el sofá de un psicoanalista, justo eso oiría de sus labios. Si pudiéramos, por ejemplo, alternarnos con los políticos, artistas y empresarios que pueblan el consultorio del doctor Renny Yagosesky, Ph.D. en Psicología Cognitiva, nos hablaría sobre este «estado de pérdida de la motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños. Una renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren».
Usted pondrá cara de ansiedad, y el doctor Yagosesky rematará así su aserto: «Es una manera de considerarse, a la vez: atrapado, agobiado e inerme».
Esto nos lleva a pensar que el descrédito institucional que observamos no es casual. Quizá tampoco lo sea entonces la inseguridad, ni el acorralamiento que genera el miedo a morir baleados en cualquier esquina. ¿Estamos en presencia de una desidia criminal? Es terrible, pero ¿alguien puede entender cómo es que un Gobierno tan impulsivo como inclemente a la hora de perseguir o aplastar a sus enemigos, luego de haber comprado en los cinco últimos años la colosal suma de 11.000 millones de dólares en armas rusas, se muestra a la vez tan impotente e inconmovible frente al delito? ¿No es eso sospechoso?
Más allá del jugoso cobro de «vacunas» por parte de funcionarios corruptos, ¿cómo es que una Autoridad que ha acaparado tanto poder, por su vocación absolutista, es al mismo tiempo tan descaradamente incapaz de someter siquiera a los reos, que ya están en las cárceles, y desde allí mismo siguen delinquiendo, a sus anchas, revestidos hasta del privilegio de remover a los directores de sus penales, y están en capacidad de dirigir a control remoto su perversa y floreciente industria del secuestro?
Por otro lado, en la progresiva infiltración de la guerrilla colombiana, ¿hay acaso algo más que afinidad ideológica, lo cual ya, por lo demás, sería nefasto? ¿No es la presencia de los irregulares, con sus métodos terroristas, un complemento del efecto neutralizador que garantiza el aparato cubano de espionaje, desplegado como está sobre los servicios de inteligencia y el mundo militar, hasta con acceso directo a Miraflores?
Una regencia de esa estirpe no tendrá escrúpulos, ni escatimará abusos, de la naturaleza que fueren, tan pronto sean analizados en sus siniestros laboratorios de guerra sucia, a la hora de hacer frente al abanderado que escogeremos dentro de siete días. Es preciso estar preparados, y alerta.
Henrique Capriles Radonski, o Pablo Pérez, o María Corina Machado, para citar a los tres precandidatos con mayores posibilidades de triunfo, será recibido por una andanada de descalificaciones, vaciadas desde el oficialismo. Será el bautizo de la ignominia.
Y el antídoto más poderoso que los demócratas podemos aplicar es una votación masiva, clamorosa. Una presencia entusiasta y firme en los centros de votación. No importa por quién piense votar usted, pero, por piedad, vote. Deje constancia de su sensibilidad.
Nadie tiene derecho a guarecerse por cobardía en una indiferencia que a la larga resulta agresora. Todos los días formamos colas por cualquier cosa, ¿no cree que vale la pena hacerlo, un domingo de ocio, en el nombre de la nación que anhelamos, y merecemos? ¿Le satisface a usted la Venezuela actual? ¿Es ésta, tal cual, la patria que desea legar a sus hijos? ¿Nada le perturba? Y, por último, ¿cree, en verdad, que abstenerse no lo hace responsable?
Recordemos que muchos antes de que Gandhi planteara que «lo más atroz de las cosas malas de la gente mala, es el silencio de la gente buena», ya los griegos llamaban «idiota» a todo aquel que, aún en posesión de sus derechos ciudadanos, se desentendía de los asuntos públicos.
No votar por miedo, pereza, comodidad, o desinterés, vaciará nuestra dignidad de ciudadanos. Piénselo. Renunciar a expresarnos, y decidir, equivale a colocar un ladrillo, o un barrote, en la jaula en que al final se convierte un suelo conculcado, escarnecido.
«Las primarias del 12 de febrero, las cuales nacieron como consecuencia del clamor ciudadano, constituirán un gigantesco impulso para el candidato presidencial de la alternativa democrática. Por ello es importante que ese hombre o mujer que resulte ganador o ganadora, lo haga con la legitimación de la mayor cantidad de sufragios posible», ha escrito, con acierto, Luis Izquiel.
Que nada nos haga extraviar el norte, la meta. Nada. Habrá profusión de encuestas, tarifadas, dirigidas a confundirnos. El arma de la violencia será blandida por quienes deben garantizar el orden y la paz. Todo el aparataje del Estado será enfilado a consagrar un fraude que a decir verdad no sólo se puede dar en las urnas: se suscita, en efecto, tras cada arbitrariedad ventajista que es dictada, con anterioridad, ahora, o más tarde, desde el Poder. Este año habrá una descomunal hemorragia de gasto público, orientada a comprar conciencias. La intimidación estará a la orden del día.
Pero la historia cuenta de sistemas más poderosos, barridos por razones ajenas a su propia fuerza. El mismísimo Imperio romano se desvaneció como una resultante de la descomposición política y económica. Tampoco la desintegración de la Unión Soviética se produjo por un extraordinario revés militar.
Irrumpen, en cada ocasión, sucesos que golpean a una estructura vieja y desgarrada. Es, justamente, el caso que nos ocupa. La fe popular defraudada arruinará la palabra de quien sólo alarga una promesa fracasada. Reforcémoslo con un candidato blindado por una unidad a toda prueba. Unidad formal, sincera. Dispuestos todos a defender sin vacilación una victoria que debe ser nuestra. Porque ningún autócrata decadente estará jamás por encima de la fuerza de una nación decidida a cambiar.
Repiques
Celebrar la intentona militar del 4 de febrero de 1992, con la pretensión de exaltarla como una fecha patria, es festejar un asalto a la democracia. Es cantarle loas a la tragedia. Erigir un altar a la violencia. Además, ¿procedía un acto de gorilismo, con muertes de por medio, sólo para exacerbar, después, en el poder, todos los vicios con que se justificó la acción golpista?
Leído en Twitter:
@olucien: «El ALBA es el único club en que te pagan por entrar. El socio que más ha recibido llegó hace unos minutos a buscar su cheque»
@SabíasUnDato: «Los países que tienen más twitteros son: 1) Indonesia. 2) Brasil. 3) Venezuela
@Diego_Arria: «El golpe de Estado del 4 de febrero no ha terminado, está en curso»
@iFrasesGeniales: «Hay tres cosas en la vida que se van y no regresan jamás: las palabras, el tiempo y las oportunidades»
La ONG Voto Joven ha denunciado que de los 1.300 puntos de inscripción y actualización del Registro Electoral anunciados por el CNE, sólo funcionan 520. Es preciso exigirle al árbitro comicial que demuestre su vocación democrática.
Me escribe Benjamín Gutiérrez, para expresar su preocupación sobre las maniobras aéreas que aviones militares han realizado durante las últimas procesiones de la Divina Pastora. «¿Se imagina usted la catástrofe que pudiera registrarse si uno de esos aparatos, que sobrevuelan a muy baja altura sobre un mar de gentes, presenta una falla mecánica, o se da un error humano? El caos, el impacto psicológico y el trauma colectivo serían de proporciones inimaginables. Sólo el pensarlo me crispa los pelos».
Nos complace sobremanera registrar que Luis Rodríguez Moreno, nuestro amigo y compañero de trabajo de toda la vida, está bien. Su corazón se resintió a causa de la tanta bondad que debe bombear. En la clínica, presenciamos cuando el médico transmitía a la familia la buena nueva de que no se trató de un infarto. «Recibí tarjeta amarilla, no roja», me dijo LRM, aferrado a su proverbial buen humor. Eres grande, Luis.
José Gregorio Martin, aspirante a la alcaldía de Jiménez, nos dijo en el desayuno-foro de EL IMPULSO, que mientras en Quíbor había en el año 1950 unas 450 hectáreas en producción, y en el 2000 eran cerca de 3.500, se estima que para el año 2030 en ese rico valle, con Yacambú activo, estén sembradas 30.000 hectáreas. Recoger semejante cosecha para llevarla a los centros de consumo demandaría el empleo de 30.000 vehículos. ¿No es como para analizar seria y detenidamente el futuro de esta tierra de promisión?