El día de su resurrección, Jesús se apareció a dos discípulos suyos que iban camino a un pueblo llamado Emaús, haciéndose pasar por un viajero más. (Lc. 24, 13-35)
Y se hace el que no sabía nada de lo que había ocurrido en esos días. Ellos se impresionan: “¿Serás tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?”. Jesús sigue haciéndose el desentendido, con lo que logra que ellos expresen exactamente qué piensan de El: “Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron.” Luego le contaron que algunas mujeres de su grupo los habían dejado “desconcertados”, pues habían ido esa madrugada al sepulcro y llegaron contando que no habían encontrado el cuerpo y que se les habían aparecido unos ángeles que les habían dicho que Jesús estaba vivo.
¿Por qué no pudieron reconocer a Jesús resucitado? ¿Por qué estaban “desconcertados” ante la información dada por las mujeres que fueron al sepulcro? Si Jesús había anunciado a sus discípulos, a sus seguidores que resucitaría al tercer día ¿cómo, entonces, no iban a creer el cuento de las mujeres, si lo que ellas informaron fue justamente lo que El ya había anunciado?
Había falta de fe en ellos, pero quizá más importante es que había también apego a sus propios criterios. Ellos dicen haber esperado un Mesías diferente a lo que Jesús fue: ellos esperaban un Mesías “libertador de Israel”. Es decir, tenían su propia idea de cómo debía actuar el Mesías, con lo que muestran que no aceptaban del todo lo que Jesús había hecho o había dejado de hacer.
Con razón el Señor los reprende duramente: ¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! Y comienza a explicarles todos los pasajes de la Escritura que se referían a El. Y, al sentirse ellos emocionados con estas explicaciones, le piden a Jesús que no siga de camino. “Quédate con nosotros”, le dijeron. Jesús accede y al estar dentro sentado a la mesa, “tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio”. Fue en ese momento cuando “se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Al escuchar a Jesús, su corazón se emocionaba e iban entendiendo lo que les explicaba. Y al recibir a Cristo en la Eucaristía, pudieron reconocerlo y pudieron creer que realmente había resucitado.
Para nosotros escuchar a Jesús, debemos buscarlo primeramente en su Palabra contenida en la Biblia y en las lecturas de cada domingo. Y para reconocerlo cuando se nos acerca en nuestro camino, debemos estar en sintonía con El, sobre todo a través de la oración. Pero, además, hay que recibirlo con frecuencia en la Sagrada Eucaristía.
Así podremos creer sin ver. Así podremos desprendernos de nuestros propios criterios y de nuestra manera de ver las cosas, y cambiarlos por los criterios y las perspectivas de Dios. Así podremos reconocer al Señor cuando nos enseña su Verdad y cuando nos muestra sus criterios. Así podremos aprovechar la gracia de su presencia en nosotros y en medio de nosotros.
Sin las Palabra de Dios, la oración y la Eucaristía, Jesús podrá pasar delante de nosotros y no lo reconoceremos ni aprovecharemos su presencia. Sería una lástima.
http: //www.homilia.org