#Editorial: No se calla la conciencia

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¿Negarlo?, no tiene sentido. ¿Para qué, y además, cómo ocultar el sentimiento que a los miembros de esta gran familia nos abruma, justo en la despedida de un año y el advenimiento de uno nuevo, ocasión siempre tan proclive para soltar las amarras de la melancolía y, a la vez, anidar esperanzas, trazar proyectos, y abrazar sueños?

Sí, es cierto, estamos desconcertados, tristes, abatidos, por más que no pocas veces, a lo largo de la última década, abrigamos el temor de arribar a escenario tan indeseado, tan apartado de nuestra propia naturaleza: usar estas páginas, que suelen registrar noticias, para despedirnos de los lectores, a falta de papel. Esa amenaza de cierre nos mostró su artero y apestoso hocico antes. Percibimos su sanguinario aliento, su fría inminencia, no sólo en razón de la situación que, en lo particular, EL IMPULSO ha vivido como medio impreso decidido a no sacrificar su línea editorial en los altares de una revolución fallida, por ruinosa, viciosa y decadente; sino, sobre todo, por algo que el Gobierno nacional, el mismo en sucesión ideológica de 18 años, jamás se ha molestado en disimular. Nos referimos a la pretensión, en buena medida consumada, de aplastar a la prensa independiente e instaurar la proclamada hegemonía comunicacional.

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Tras ese funesto propósito, el Estado-partido, a semejanza de Cuba, con todas las instituciones públicas postradas a sus pies, o desechadas, como es el caso de la Asamblea Nacional, se ha llevado por delante emisoras de radio y plantas televisoras, clausuradas o mantenidas a raya con el garrote de Conatel. Nada se ha salvado. Ni el cine, ni el teatro, ni las redes sociales, ni siquiera muestras artesanales como la de Tintorero, en Lara. La orden es que nada que no se subordine, o no le haga propaganda al poder, deberá mantenerse en pie. La censura previa quedó promulgada, en los sucios velos de una opacidad que glorifica el impune asalto a los dineros públicos. Los espacios informativos y de opinión son la excepción de la regla. Abunda en la legislación aprobada la norma coercitiva, punitiva, confiscatoria, eso sí, contra editores, periodistas, denunciantes y activistas de los derechos humanos. En una atmósfera enrarecida, de violencia a flor de piel, el ejercicio del periodismo crítico, o analítico, es crimen a los ojos de un Gobierno tan propenso a ver sabotajes y complots en los regueros dejados por sus tantos y monumentales disparates.

Considerados tales antecedentes, ¿puede extrañar, acaso, el desprecio que la Corporación Editorial Alfredo Maneiro (CEAM), ente oficial que asumiera el monopolio y distribución del papel periódico, exhibe frente a los medios impresos no afectos al Gobierno? La consecuencia es harto evidente. Diarios que antes poseían reservas de bobinas de papel, planchas de impresión y tinta, suficientes para operar durante varios meses, ahora no tienen claro si podrán estar en los kioscos la semana siguiente. Desde el año 2013 han desaparecido 15 periódicos y 85 están en riesgo, ahora, según las cuentas de Espacio Público. Unos 30.000 empleos, directos e indirectos, pudieran perderse, alerta el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP). Los impresos que aún circulan han disminuido entre 60 y 70% su paginación, o su tiraje, o, desesperados por sobrevivir, se han visto forzados a migrar a la web, o a cambiar su periodicidad, de diario a semanario, o, en su defecto, a renunciar al formato tradicional.

De manera que no tiene un ápice de fortuito el sañudo zarpazo asestado a EL IMPULSO, en víspera del aniversario número 113 de su fundación. Nos dejan sin papel conforme a un libreto. Es la orden que mana del mismo despotismo del cual hablan las estrofas del Himno Nacional, tan cantado, tan sobrecargado de solemnidad, pero tan profanado al propio tiempo. Nos arrebata el papel la misma dogmática autocracia incapaz de conmoverse ante la crisis humanitaria que lapida a millones de compatriotas y es atronadora fábrica de miserables, en un suelo bendito por la Providencia.

Estamos tristes, sí, pero reafirmados en que la memoria de los fundadores ha sido honrada. Es historia que sobre una edición caraqueña simultánea de este diario pesó una medida de clausura, y, acto seguido, el doctor Juan Carmona, a la sazón director, fue a dar con sus huesos a la cárcel de La Rotunda. Es una referencia que acusa a quienes hoy nos clausuran, porque aquel bochornoso episodio, que establece el parangón, ocurrió bajo una dictadura, la de Juan Vicente Gómez.

Nos dejan sin papel, mas la conciencia colectiva jamás ha sido callada con silencios inducidos a la fuerza. Nuestro caso desmiente el aserto tan manoseado según el cual quien calla otorga. Permanecemos firmes y serenos. Hemos pagado, la frente en alto, el precio de defender la democracia, el decoro ciudadano y la libertad, que, en el buen decir del Quijote, es uno de los más inestimables dones que a los hombres han prodigado los cielos.

Por lo pronto, desde este lunes 2 de enero nos aprestarnos a asomarnos con mayor presencia a la ventana de nuestra página web. No habrá desencuentro, ni lejanía, ni olvido posible. En esta fecha universalmente promisoria, todos quienes laboramos en los diferentes departamentos de EL IMPULSO elevamos nuestros corazones y les extendemos un hasta luego, sin alcanzar a precisarles cuándo volverán estas hojas a acompañar el cafecito matinal en sus hogares. Presentimos que será una breve penumbra, si valoramos la hidalguía y los inequívocos deseos de cambio del pueblo venezolano.

El 14 de enero esta página, ahora negra, habrá de recoger la luz y la infinita bondad de la excelsa imagen de la Divina Pastora, en su nuevo peregrinar de redención.

Es nuestra más indeclinable y devota voluntad. Es una promesa.

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