Violeta Villar Liste, desde una cercana lejanía: “Me declaro pasajera en tránsito”

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Dos veces se ha despedido de nosotros y dos veces ha tenido el cuidado de volver.
En 2002, tras una bulliciosa incertidumbre, compartida con todos, en los pliegues de un secreto que su fragoroso carácter desborda, Violeta Villar Liste empacó y se marchó a España, a arrebujarse en las memorias y en las presencias de sus ancestros. Tres años tardaría esta pausa de la hija pródiga.

Ahora lo ha vuelto a hacer. En enero de este año, tan pronto acompañó a la procesión de la Divina Pastora y renovó su intacta devoción por la Virgen, se dispuso a atender su particular promesa. Había decidido peregrinar, en andas de su amor maternal, rumbo a Panamá, donde la reclamaba el apego de sus dos hijos.

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Dejaba acéfala la jefatura de Información del periódico, cargo que ejerció con brillo.

Durante seis meses aguardamos su regreso, pero llegó con otros planes. La compañera de oficina había dejado sus libros, que agradecen haber sido leídos; mil frases que luego de pronunciadas en metralla, por ella, aún se guarecen aturdidas en los rincones; los apuntes de alguna nota que espera por ser escrita, más allá un abrigo, un teclado expectante. Y un silencio ensordecedor que estalla en las descargas de una ausencia que, también ella, sobre todo ella, atesora sus propias dudas.

-¿Por qué esa recurrencia en tus idas y regresos, dónde nace esa vocación trashumante?

-Esa vocación peregrina está muy asociada a mi niñez y a mi adolescencia. Nací en Barquisimeto pero viví con mi familia en más de 20 ciudades de Venezuela. Ese viaje por el interior del país resultó enriquecedor: además de tener amigos por toda la geografía nacional, descubres la pluralidad del venezolano. Un andino es diferente a un oriental; un larense a un maracucho. Hay una riqueza cultural infinita, fascinante y mestiza. Luego, aclaro, nunca he sentido que me ido. Puedes cruzar la puerta de tu casa pero la casa y la familia no se marchan. EL IMPULSO es eso: el hogar que siempre me espera.

-La primera vez quisiste darte un tiempo, personal, al irte a España, para buscarle acomodo a asuntos en la vida que deben equilibrarse. Ahora son los hijos y el amarre de sus afectos y dependencias, los que te avientan a Panamá. ¿Te sacrificas?

-El amor no es sacrificio, siempre es ganancia. Veo a mi familia como un gran equipo y, en ocasiones, si ese equipo no está junto no puede ganar el partido o ser fuerte para superar la derrota.

-¿Qué estudian Rebeca y Manuel?

-Estudian en la Universidad Latina de Panamá. Rebeca, Comunicación Social, además de hacer prácticas en una agencia de publicidad. Manuel, ingeniería en Informática. Ambos, como la juventud de su tiempo, son seres sin fronteras. La tecnología es una ganancia poderosa: borró los límites y ahora la generación moderna puede pasar de un país a otro, y tener amigos de distintas nacionalidades, sin moverse del sillón.

-¿Qué dejas atrás, y qué encontraste, ahora?

-La vida es ganancia y mudarte, sea de una ciudad a otra o de un país a otro, es una experiencia. En realidad no quiero dejar nada atrás; solo lo malo. Los recuerdos, los paisajes y las historias personales viajan conmigo. Luego, cada día es un tiempo a favor de la vida. Al estar en un país distinto, pero conectado con muchas similitudes a Venezuela, trato de convertirlo en un aprendizaje. Aprendes de los gestos, de las comidas, de las conversaciones, de los libros nuevos, de esta nación, crisol de razas, marcada por sus acentos y culturas: hay griegos, chinos, peruanos, argentinos, españoles, chilenos, colombianos, estadounidenses, franceses y, por supuesto, venezolanos.

-¿Te desprendes de EL IMPULSO? ¿Todo es distinto, se abre para ti una nueva vida, acaso?

-EL IMPULSO es un hogar. Te puedes marchar de una casa pero el hogar permanece intacto. Luego, la vida es la misma: transcurre llena de cuartos en los cuales acumulas experiencias que se suman y devienen en conocimiento y experiencias. No siempre mudarse es olvido ni volver, una derrota.

-Te fuiste siendo la jefa de Información de este periódico. ¿Qué privó en esa decisión: tu personalidad, un espíritu sediento de aventura, o, simplemente, el deber ser?

-Fue una decisión difícil, en particular porque en nuestra redacción hay gente muy joven, con necesidad de un discurso desde la esperanza y ver a un jefe marcharse puede interpretarse como una señal de pérdida. Pero el país no está perdido: hay una nación dispuesta a recuperarse de este trance circunstancial. Mis dos despedidas del país han sido por razones personales; jamás me he marchado por algo distinto, quizás por esa razón nunca me he visto como emigrante, sí como pasajera en tránsito.

-¿Qué hay de pasajero y qué de permanente en todo esto que estás viviendo?

-Me declaro pasajera en tránsito. También, con el tiempo, reconoces que habitar otros espacios (incluso en el mismo país) es una ganancia desde el conocimiento. Ocurre que el drama migratorio ha dejado mucho dolor: familias divididas, un país ausente y disperso por el mundo. Pero creo que de este momento sacaremos una lección de humildad: reconocer el valor de nuestros vecinos a quien en alguna oportunidad (a causa de nuestra condición privilegiada) miramos por encima del hombro. Jamás el venezolano se imaginó en Chile, en Argentina, en Perú, en Bolivia e incluso en Guatemala. Tampoco el venezolano sabía que tenía un gran país y podía perderlo. La nostalgia es una lección.

-Conociéndote, no debes dejarle nada al ocio. Aparte de los asuntos familiares, ¿qué haces en Ciudad de Panamá, a qué dedicas el tiempo libre?

-No hay mucho tiempo libre. Madrugo con el día y desde el piso 21 del apartamento le doy gracias a Dios por la vista privilegiada de unas montañas espléndidas, ahora muy verdes por las lluvias constantes.

La generosidad de una familia panameña me permite trabajar en una imprenta en otro modo del periodismo: la publicidad impresa. Es un mundo de papeles y cartulinas que admiro. El trabajo es comparable a la intensidad de un periódico y, de hecho, se imprimen desde volantes hasta libros y revistas. Se suma la escritura, la lectura y, por supuesto, los reportajes para el diario EL IMPULSO.

-¿Cómo son los panameños, es verdad que son muy cerrados?, ¿cómo les va a los venezolanos que en legión se han instalado allá? ¿Hay, en efecto, cierto rechazo y predisposición hacia nosotros?

-Comparto la apreciación de quienes aclaran que debe adaptarse el que llega y, en el caso del venezolano, no debería ser distinto. El panameño está acostumbrado al extranjero porque el canal lo convierte en un país destino de infinitas culturas y ha sabido convivir con esta realidad. Al conocerlo, descubres un ser humano noble y solidario.

Pero más allá de esta realidad, ocurrieron algunos episodios, en particular por las redes sociales, de algunos venezolanos que hicieron comentarios ofensivos contra los panameños y ese gesto causó obvio disgusto en la sociedad del país.

Sin embargo, en este momento, hay mucha sensibilidad ante la realidad nacional: las protestas por la falta de comida y de medicamentos hacen que Venezuela sea noticia obligada en los medios.

La gente pregunta y es notoria su preocupación, por lo cual siempre se espera que los malos entendidos por culpa de unos pocos al final queden superados.

– ¿Te ha ido bien, en tooodos los aspectos?

-Con el tiempo aprendes que la vida es una rutina, aquí, en Venezuela o en España. No hay país perfecto ni existencia perfecta.

-Precisemos. ¿Es Panamá un destino definitivo, o solo un alto en el camino?

-Lo único definitivo es la muerte y espero que esté muy lejos.

-Tu vacío en la jefatura de Información de EL IMPULSO será llenado desde hoy por Keren Torres Bravo.

-Una excelente profesional, joven, capaz y muy comprometida con la profesión. EL IMPULSO y el periodismo venezolano ganan con su designación y más en este momento del país cuando los pocos medios independientes que quedan deben dar la batalla en el terreno de las libertades. Es además, un reconocimiento de EL IMPULSO al valor de la mujer como gerente. Un acierto y un orgullo que una profesional de su valía me suceda en un cargo al cual llegué con el apoyo de la familia Carmona y el tuyo, José Ángel, hecho que valoro y agradezco profundamente.

-Venezuela, ¿cómo se ve desde lejos, sobre todo, cómo se siente?

-Siempre estoy con ella. Apenas me levanto me sintonizo en dos “modos” el panameño y el venezolano. Escucho y leo las noticias de ambos países, incluso mantengo dos teléfonos, uno con el número de Venezuela y otro con el de Panamá. Al país lo siento, lo sufro, lo disfruto y lo extraño.

-¿De qué tamaño es tu nostalgia, qué forma tiene, o somos un borrón en tu cuaderno?

-Mi país vive conmigo. No existiría ninguna razón para borrarlo, por el contrario, en ese cuaderno todavía quedan muchas historias por contar.

-A ver si adivinas, ¿qué piensas que es lo que más hace recordarte aquí?

-JAO espero que sea todo lo bueno. Cuando digo que EL IMPULSO es un hogar lo digo en su exacta dimensión. En más de cien años de historia ha conocido la vida de parte importante de sus empleados. En mi caso, he crecido con el periódico; ha sido testigo de mi labor profesional, de mis triunfos y quiebres. Desde el antiguo edificio de la recordada sede de la carrera 23 al imponente edificio del este de Barquisimeto, ha pasado una vida.

EL IMPULSO ha sido testigo de noviazgos, de matrimonios, de cumpleaños, de graduaciones y superaciones. De dolores y tragedias. Pero cada circunstancia lo ha conseguido unido como una inmensa familia, por eso quien ha formado parte de EL IMPULSO jamás se va del todo.

-¿Volverás?, ¿cuándo arranca tu tercera etapa entre nosotros?

-Yo espero que esa tercera etapa arranque siguiendo el ejemplo de dos maestros del periodismo, presentes en nuestra redacción: Hugo Boscán y Pacífico Sánchez. Ambos conservan el ímpetu de la juventud con la experiencia de los guerreros. Así quiero una tercera etapa, si quieres JAO con el apellido “definitiva”, que me consiga escribiendo, ayudando desde la palabra a reconstruir un país al cual siempre se quiera volver.

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