El doctor Juan José Salazar dedicó los mejores años de su vida como antropólogo al mantenimiento, consolidación y auge del Museo Antropológico de Quíbor, Francisco Tamayo, al cual convirtió en una referencia internacional y en una extensión dinámica de investigación de la escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela.
Su vida fue un hermoso canto a la amistad y su inteligencia y formación académica un ejemplo de constancia y compromiso con el estudio profundo y documentado de nuestro pasado histórico, con especial atención a las culturas prehispánicas, a las cuales dedicó su tesis de grado, la cual cuando sea convertida en libro ,sin lugar a dudas se convertirá en manual indispensable para comprender los niveles organizativos que tenían nuestros antepasados aborígenes, con una estructuración y funcionamiento ordenado que dista mucho de la visión que actualmente tenemos de unos indígenas que andaban en montoneras ,siempre en escaramuzas de un lado para otro sin orden ni concierto.
Juan José tenía la virtud de acercarnos a ese pasado remoto con la frescura de un coloquio grato y amistoso ya que sin ningún tipo de presunción explicaba de manera llana, como los sabios, el contenido infuso de múltiples libros que solamente podrían citarse con un índice borgiano.
Su verbo alcanzaba ribetes de magia en momentos cuando poseído por el espíritu de Toynbee reconstruía nuestra historia indígena tomando como hitos piedras y vasijas utilitarias y de ese paseo por las diferentes formas de la arcilla armaba el rompecabezas de las jerarquías y los roles de las tribus prehispánicas que poblaban el territorio sobre el cual se fundó Venezuela.
Buscando comprender mejor lo que somos como pueblo ecuménico se adentró en los mundos de arcilla de diferentes lugares de Lara, centrando muchas de sus investigaciones en el Valle de Sicarigua, donde dejó un museo como herencia y recuerdo de sus viajes infatigables por la arcilla y sus vestigios, con los cuales entablaba interminables conversaciones para indagar sobre ritos y costumbres ancestrales.
El doctor Juan José Salazar tenía centenares de amigos entrañables, de mundos distintos e inconexos, a todos los quería y apoyaba de manera intensa y solidaria. Su alma de soñador que jamás conoció la mezquindad le permitía colocar la bandera de su romanticismo sobre el suelo diverso de afectos diseminados en personas de variada condición económica, ideológica, social y profesional.
Su muerte es un profundo dolor que sacude a familiares y amigos, no obstante llorarlo puede alejarnos de su recuerdo ya que Juan José como los niños reía por lo menos trescientas veces al día. Por ello en lo personal le rendiré homenaje escuchando una colección de más de doscientas canciones de rock que le obsequió a Yoly.Hermano el Dios de amor en el cual yo creo es también el Dios de la amistad de la cual fuiste un militante insigne. El te llevará a la luz .Ahora eres parte de la arcilla inmortal que te hizo viajero de la Historia. Un abrazo fuerte.
