Una paz en Berchtesgarden

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El Presidente colombiano Juan Manuel Santos plantea a su pueblo una disyuntiva «entre el fin de la guerra y una guerra sin fin». La bonita frase oculta una gran falsedad, pues la vía del Sr. Santos a la «paz» no parece -ni remotamente- la única ni la mejor opción hacia una paz auténtica y duradera.
Colombia siempre condenó todo intento internacional de reconocer o dar beligerancia a una gavilla de criminales como son las FARC y el ELN, pero el Presidente Santos innecesariamente equiparó a los forajidos con su propio Gobierno en una negociación altamente publicitada, cual dos potencias en paridad de condiciones políticas y éticas.
La iniciativa es muy similar al infausto sobreseimiento con que el Dr. Rafael Caldera legitimó un fallido golpe de Estado y exoneró a quienes lo intentaron, facilitándoles un trampolín hacia la implacable guerra que hace 15 años libran contra todo lo que representa civilización en Venezuela .
Es, además, una negociación dentro de la propia boca del lobo, en el centro de operaciones del terrorismo hemisférico. Es como negociar una paz ante Hitler en Berchtesgaden y con el SS Chaderton de facilitador.
Por eso es irónico el alboroto de un supuesto «hacker» que intercepta comunicaciones de negociadores en Cuba. ¿Acaso hay quien se cree que cada vez que el Sr. De La Calle va al baño en La Habana hasta sus más íntimos movimientos no son grabados por el G2?
¿Qué «confidencialidad» puede haber si en Cuba los facinerosos controlan la mesa, la baraja, el croupier y las cámaras de seguridad? Aquello parece una rendición condicional del gobierno por más que se disfrace.
Tras décadas de cruel violencia la gran mayoría de los colombianos – y todos los candidatos, sin excepción – anhelan que en esa laboriosa y progresista nación impere la paz. La verdadera disyuntiva planteada está en la calidad de paz que se busca.
A Colombia le toca escoger entre una paz definitiva y duradera, y el teatral espejismo que se viene armando en La Habana:  Una «paz» con recetas cubanas que no es sino una tregua para luego llevar otro tipo de guerra más intensa a las calles de Bogotá y a cada hogar colombiano, como la que hoy se vive en Venezuela.
Pero los colombianos parecen bien vacunados contra el engaño y la tramposería de los agresores. Una nueva encrucijada – con posiciones más claramente delimitadas y teniendo presente la experiencia venezolana – brinda otra oportunidad para superar el derrotismo de la abstención y salir con mayor fuerza a buscar la genuina paz que tan sólo se logra imponiendo una verdadera justicia. Que Dios ilumine a Colombia.

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