Tributo a María Teresa Castillo

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Con María Teresa Castillo, a quien en realidad sólo pude ver cara a cara en muy contadas oportunidades, me unió una suerte de deuda cultural y humana. No provengo de una familia con una tradición académica y/o intelectual, así que mi llegada a Caracas a inicios de los años 80, para iniciar mis estudios de periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello, estuvo acompañada de un descubrimiento del quehacer artístico y cultural en el Ateneo de Caracas.

María Teresa, a quien por mi timidez no abordé sino en sólo pocas ocasiones, andaba siempre por allí cumpliendo una suerte de anfitriona tal como si nos estuviésemos adentrando en su casa. Para sobrevivir en Caracas hice varias actividades al mismo tiempo que estudiaba, no tenía recursos abundantes, pero indefectiblemente mis fines de semana se construían en torno a una agenda cultural que incluían alguna presentación de libros, la presencia en un ensayo de una obra o la entrada al cine de arte u ensayo, como se le decía para la época. Las entradas de estudiante resultaban a mi alcance y de esa forma, poco a poco, se cimentó mi visión del mundo, se expandieron mis fronteras y paulatinamente tomé conciencia que yo mismo sería un intelectual. En una suerte de ritual junto a otros colegas estudiantes, después de cada función o presentación nos caíamos por el café a tomarnos lo que estuviera al alcance de nuestros bolsillos universitarios, y de paso aprovechar para ver a algunas de las estrellas, bien por su actuación bien por su escritura, todos eran estrellas.

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Durante varios años hice mi cola solidaria para comprar las entradas del festival internacional de teatro, asistí a festivales de cine de Francia y España, pude ver las producciones venezolanas de teatro que luego marcaban pauta en América Latina, estreché la mano de artistas y creadores, me autografiaron libros  unos cuantos intelectuales, entre otras cosas. Cuando lo veo en perspectiva no puedo dejar de agradecer a María Teresa Castillo, infatigable promotora cultural, que nucleó un esfuerzo gigantesco que se plasmó en el Ateneo de Caracas y sus diversas iniciativas. Mi bolsillo de estudiante pudo costearse todas aquellas actividades que se hacían no con el fin de lucro sino bajo un prisma, que hoy puedo entender a cabalidad, genuinamente poner la cultura al alcance de todos los venezolanos. Para el joven barquisimetano que descubría Caracas, entonces, aquello fue una suerte de templo de la cultura, donde peregrinaba cada fin de semana.

Con el paso de los años y la paulatina merma en la salud de María Teresa Castillo lamenté mucho que mi timidez de estudiante me impidiera abordarla en más oportunidades. Una de las pocas veces que logré vencer mis miedos y abordarla, le plantee una corta entrevista para un trabajo universitario sobre la juventud. Me atendió con gentileza. Volví a la universidad emocionado con el material. No recuerdo con exactitud sus palabras, pero sí el sentido de las mismas. Creía ella en la promoción cultural como un frente para atender a los jóvenes en nuestro país, y de esa forma revertir lo que ya era asunto preocupante: la violencia inútil que comenzaba a acabar con los jóvenes más pobres de Venezuela.
Algunos años después, en actividades a las que asistí como periodista, tuve posibilidades de saludarla, pero nunca pude agradecerle lo que su obra, el Ateneo de Caracas, había significado en mi vida. Es un tributo tardío, sin duda, ahora que ella no está: Gracias María Teresa.

@infocracia

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