Suprimir el mercado ¿y luego?

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La economía venezolana requiere, como cualquier sistema, cumplir con ciertos requisitos de funcionamiento mínimos. Mercados eficientes (oferta y demanda), nivelación de las cuentas del sector público (ingresos y gastos), equilibrio externo (importaciones y exportaciones), y de un aumento progresivo del nivel de vida de sus trabajadores. La ruptura de alguno de estos equilibrios se denomina “crisis”, las variables dejan de observar sus típicos comportamientos. Eventos pasajeros, que se arreglan con la actuación de los agentes económicos o la acción gubernamental, mediante incentivos, estímulos, controles, o restricciones. Cuando la crisis repercute en otros ámbitos, propaga inestabilidad, y genera múltiples desequilibrios que desembocan en el colapso total. El sistema colapsa porque se llega a un callejón sin salida: es tal el grado de deterioro que si corrige un aspecto, desequilibra otro.

El mercado es un conjunto de fuerzas en tensión, resultado de la confluencia de muchísimas decisiones de diversas personas. Si se deja actuar, tiende de manera natural al equilibrio, con sus excepciones. Contribuye a ello la competencia entre productores, que lleva aparejado el desarrollo del conocimiento científico, la tecnología y la innovación, mejorando la eficiencia productiva y abaratamiento de los productos. El sistema de precios se encarga de enviar señales acerca de las preferencias de los consumidores. En esta dinámica se reconoce el emprendimiento, la iniciativa privada como base del crecimiento y el desarrollo. Debido a que los mercados no son perfectos, el Estado interviene parcial o temporalmente para superar fallos del mercado, restablecer los desequilibrios, prohibir actividades degradantes o impulsar medidas para alcanzar objetivos deseables como promover el empleo, bajar la inflación, estimular la inversión, etc.

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Es frecuente que ante un mismo problema existan variados enfoques, alternativas de solución, que se ventilan públicamente. Propuestas que oscilan entre más mercado o más Estado, pero siempre siguiendo reglas consagradas en la Constitución: respeto a la propiedad privada, libertades y derechos. Quienes apuestan por más mercado, en el juego ideológico son tildados de derecha, liberales. Los que abogan por mayor intervención del Estado, reclaman ser de izquierda. Eso no tiene que ver con socialismo, aunque algunos por ignorancia o conveniencia así lo sostengan.

El escenario económico al promediar 2015 es una verdadera encrucijada. Ante la crisis que padecemos, el país aguarda por anuncios que nunca llegan. Economistas profesionales, empresarios, importadores, amas de casa, esperan anuncios de unificación cambiaria, medidas antiinflacionarias, nuevo precio de la gasolina, estímulos a la inversión, diversificación productiva, o anuncios de ajustes. Da la impresión de inacción, porque no se cae en la cuenta que los anuncios se hicieron hace rato, y que el núcleo central del proyecto político en ciernes es suprimir el mercado.

“El mercado es la revolución mayor que ha ocurrido en la historia contemporánea, apreciación sobre la cual creo no hay excepciones importantes”, señala el académico Asdrúbal Baptista, en compendio de citas de destacados pensadores del siglo XX. Su aparición, desarrollo y perfeccionamiento es un logro de la humanidad en su conjunto. Nada menos que eso se ha propuesto la élite gubernamental, asfixiar al sector privado nacional. Y digamos que ha tenido relativo éxito, a la luz de resultados visibles, cierre de empresas, fuga de capitales, destrucción del aparato productivo, desabastecimiento.

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Es admirable la combinación de utopía, irresponsabilidad y disparate, desde que se puso en marcha el Primer Plan Socialista, ocultado por la bonanza petrolera y el endeudamiento a raudales. Se intenta lo que no se ha logrado en parte alguna nunca: suprimir el mercado. Sus contradicciones son evidentes. Se propone volver al trueque, mientras el país se convierte en gigantesco telecajero. Promete desarrollo endógeno y en su defecto fomenta toda suerte de importaciones. Desea torcer el pescuezo al dólar negro y estimula bachaqueo y contrabando. Impone rigurosos controles en la producción y distribución y logra desabastecimiento. Adopta la doctrina medieval del precio justo y se dispara la inflación. (Por cierto, ¿cuál de los múltiples precios es el justo, en el caso del dólar?) El mercado es un dispositivo ineficiente, perverso, excluyente, explotador; hay que eliminarlo. Okey. Pero, ¿cómo hacemos para llenar los estantes? ¿Dónde están los dólares para seguir trayendo productos del exterior? ¿Dónde las fuerzas productivas que proveen la máxima felicidad? Esos son los problemas.

Admitamos que no hay alternativa, puesto que la oposición política carece de proyecto, según el sostenido estribillo. El mercado –tal como se deseaba- ha sido desmantelado, está plagado de distorsiones y desequilibrios ¿Y ahora, qué sigue? El país está a la espera. ¿Qué dice el proyecto? El enfrentamiento feroz a la iniciativa privada, sin nada que lo sustituya bien puede llamarse “Efecto Coyote”. El lobo persiguiendo al Correcaminos, su mal humor le impide ver el barranco, y de pronto se ve corriendo, moviendo las paticas en el aire. Ese parece ser el tránsito de la crisis al colapso.

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