Sobre cárceles y carceleros

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Después del fallido asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, Fidel Castro fue juzgado, y condenado a 15 años de cárcel.

Su autodefensa la cerró con esta melodramática frase: “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento. Condenadme, no importa, ¡la historia me absolverá!”.

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El 17 de octubre de 1953 entró al Presidio Modelo en Isla de Pinos. Un hospital-prisión donde le asignaron el pabellón número uno. Allí lo esperaban sus compañeros de asonada.

En lugar de 15 años, pagó 22 meses, al ser beneficiado con una amnistía general. Aislado, en su celda, espaciosa, tenía libros, una cocinilla eléctrica, productos para su aseo personal. Se podía bañar dos veces diarias. La biblioteca guardaba unos 300 volúmenes, junto a un pizarrón. Piso de granito de mármol. Recreo por las tardes, lectura en común, actividades culturales. Dos largas mesas para comer. Su relación con los custodios era buena, respetuosa. Nada del “ensañamiento ruin y cobarde” que temió. Eso sí, en una ocasión protestó ruidosamente por una injusticia de sus carceleros: no le permitían ingresar un refrigerador.

En esa “cárcel dura” escribió cartas de amor. También documentos con instrucciones políticas a favor de su proyecto revolucionario. Otra largueza del régimen de Fulgencio Batista: lo autorizaron para dar clases de economía política por la noche y oratoria dos veces cada semana.

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Veamos lo que el 22 de diciembre de 1953 describe en una correspondencia suya: “Yo tengo sol varias horas todas las tardes y los martes, jueves y domingos también por la mañana”. Otra carta suya: “Arreglé mis cosas y reina aquí el más absoluto orden. Las habitaciones del Hotel Nacional no están tan limpias”.

Revisemos ahora una carta fechada en junio de 1954: “Trajeron a Raúl para acá. Comunicaron mi celda (que tú viste en “Bohemia”) con otro departamento cuatro veces mayor y un patio grande, abierto desde las 7 a.m. hasta las 9 y 30 p.m. La limpieza corresponde al personal de la prisión, dormimos con la luz apagada, no tenemos recuentos ni formaciones en todo el día, nos levantamos a cualquier hora; mejoras éstas que yo no pedí, desde luego. Agua abundante, luz eléctrica, comida, ropa limpia y todo gratis. No se paga alquiler.

Crees que por allá se está mejor? Visitas dos veces al mes. Reina ahora la más completa paz. No sé, sin embargo, cuánto tiempo más estaremos en este ‘paraíso’”.

Otras frases sueltas: “Después de tomar café, calentico, encendí un tabaco y me puse a escribirte”. “Como soy cocinero, de vez en cuando me entretengo preparando algún pisto. Hace poco preparé un bistec con jalea de guayaba”. “Tengo hambre y puse a hervir unos spaghetti con calamares rellenos. Me voy a cenar: spaghetti con calamares, bombones italianos de postre, café acabadito de colar y después un (tabaco) H Upmann 4. ¿No me envidias? Me cuidan, me cuidan un poquito entre todos”. “Cuando cojo el sol por la mañana en shorts y siento el aire de mar, me parece que estoy en una playa, luego un pequeño restaurante aquí. ¡Me van a hacer creer que estoy de vacaciones! ¿Qué diría Carlos Marx de semejantes revolucionarios?

II
Desde la cárcel de Yare, el teniente coronel (Ej.) Hugo Chávez recusó al juez militar que llevaba su causa, Ramón Moreno Natera. Lo acusaba de “servil y obediente”.

Tras la fracasada intentona del 4 de febrero de 1992, que pretendió derrocar a Carlos Andrés Pérez, dejó un reguero de unos 100 muertos y en buena parte fue acometida por soldados que no sabían cuál era el plan, Chávez es confinado en la cárcel mirandina, desde donde alienta la segunda rebelión, también sangrienta, del 27 de noviembre de ese mismo año (cifras extraoficiales hablan de 300 muertos), que tenía como objetivo la captura de CAP y la liberación del autor del “por ahora”.

Sobre las condiciones de su presidio, Chávez narró: “Yo estuve allá dos años en condiciones no muy buenas pero no estábamos allá hacinados, cada quien tenía su celdita, su camita, yo tenía acceso a mis libritos, a mis cuadritos para pintar y allí pasé dos años estudiando y yo más bien le agradezco a Dios haberme dado la cárcel por dos años. Fue más bien un centro de formación”. Desde Yare fue entrevistado para el programa de José Vicente Rangel, en Televen. En el video, censurado por el Gobierno, defendía el golpe. Se le ve tranquilo, frente a la cámara, en un escritorio, unos libros detrás, de uniforme militar y sin olvidar el detalle del brazalete del 4-F.

En la cárcel tiene tiempo y condiciones para escribir su manifiesto Cómo salir del laberinto. Recibe visitas. Pintarrajea sus cuadros. Incluso, allí graba un video con una arenga que iba a ser transmitida por VTV de haber triunfado el alzamiento del 27 de noviembre. Detrás de un Chávez coronado por una boina, enfundado en su uniforme de camuflaje, la bandera del MBR-200.

No tuvo que completar su condena. El presidente Rafael Caldera sobreseyó su causa, luego de dos años. Y al salir de la cárcel habló sin problemas de la salida, de la calle: “El mensaje del MBR va a la calle, a la carga, a tomar el poder político en Venezuela. Va a demostrarle a los politiqueros venezolanos que esta generación militar que tomó el camino del sacrificio va al rescate de su verdadero destino”.

III

A Franklin Brito su causa (la lucha por unas tierras que le fueron arrebatadas) le costó la vida. Por pura maldad. Su fundo La Iguaraya, en Bolívar, es hoy un erial, fue abandonado, como ocurre con tantos predios “rescatados” por la revolución.

A cualquiera lo sacudía la impotencia al ver a aquel hombre esquelético cuando era sacado a la fuerza y arrastrado por militares, en momentos en que cumplía una huelga de hambre, sólo para que ese cuerpo ya consumido acabara de morir en manos de sus verdugos, en el Hospital Militar de Caracas, señalado de loco.

Y esa tragedia, que jamás debió permitirse, se repite, ahora mismo, en otra humanidad menguada hasta extremos que no logran conmover a los humanistas atornillados en el poder: la de Iván Simonovis y sus 19 patologías. Quedó sepultado en vida, privado hasta de la luz solar, tras ser condenado literal y públicamente por Hugo Chávez a la pena máxima de 30 años. Por eso es un “punto de honor”, el blanco de una sórdida depravación judicial, política y moral, que nadie se atreve a corregir.

Esa saña también la ha vivido María Lourdes Afiuni. Pagó cárcel, y allí, según su desgarradora confesión, fue violada. Hasta estos días la siguen bañando en injurias, pero tiene prohibido hablar de su caso, salvar su honor. La lista de presos políticos (¿qué cuento de políticos presos?) es larga. Jesús Guevara Pérez, condenado a 27 años y nueve meses porque alguien tenía que pagar por la muerte de Danilo Anderson. Juan Bautista Guevara. Alejandro Peña Esclusa.

El general Raúl Isaías Baduel. Los estudiantes, presos o en libertad condicional, por una condición natural en todo joven: la irreverencia, la rebeldía. Los alcaldes Daniel Ceballos y Enzo Scarano. Y ahora, el nuevo y más preciado trofeo: Leopoldo López. Confinado a un cuartel militar, con absoluto aislamiento, restricción de visitas, incluyendo la de su familia. Sin contacto regular ni siquiera con sus abogados. Lo trasladan de madrugada y esposado al tribunal. Sus pruebas y testigos son descartados. Fue declarado culpable por un discurso en que llamó “a la calle”, lo mismo que, por cierto, hizo Chávez al salir de Yare.

Nadie podrá sentirse libre de un todo, al presenciar los horrores de una justicia retorcida, comprometida con las sombras de la iniquidad.

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