Sin tregua ¿Y el Diálogo? (Y II)

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La opción del diálogo sigue ahí, como lo consignamos en la entrega anterior. Son docenas de ejemplos. Negociaron el gobierno de derecha y la guerrilla de izquierda en El Salvador en medio de una cruenta guerra civil con más de 100.000 muertos en 12 años. Por cierto, la Venezuela democrática de aquellos años fue protagonista estelar de la mediación. Negociaron y firmaron acuerdos de paz israelíes y palestinos a pesar –o justamente por eso– de tantos muertos, atentados, ataques y barbaries. Y, como para recordárnoslo, en los jardines del Vaticano, El Papa sentó, ayer mismo, a Shimon Peres Presidente israelí y al líder palestino Mahmud Abas, instándolos a “derribar los muros de la enemistad”. Agregando El Santo Padre que, “para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra”.
Y nuestra guerra de independencia fue también muy dura y cruenta. Por casi una década fue en realidad una guerra civil. Bolívar y Morillo, el general “pacificador” español, negociaron una especie de “armisticio o regularización” de la guerra. Y lo sellaron con el célebre abrazo de Santa Ana, en Trujillo. ¿Era Bolívar un “comeflor, colaboracionista”? Nadie diría semejante ridiculez. No es, por cierto, uno de los episodios preferidos en nuestros textos de historia, pero no por eso fue menos importante. Solo que nos gusta más los relatos épicos de batallas gloriosas. Como si la independencia hubiera sido solo eso. En nuestro ADN no está –o está deficitario– la opción de la negociación y el diálogo en la lucha política.
Ninguna de esas historias es exactamente la nuestra. Ninguna es para clonarla. Cada una ha sido diferente porque cada país, cada tiempo y circunstancia son particulares. Pero si nos sirven para saber que es absurdo eso de “no se negocia con el enemigo” dicho como excusa por Diosdado para levantar a Maduro de la mesa de diálogo y “con dictadura no se negocia” desde cierta oposición para descalificar a la MUD. La España democrática post Franco y el Chile democrático post Pinochet implicaron negociaciones y acuerdos superando los legítimos odios de la guerra civil y de las dictaduras. En ambos casos hubo radicales de lado y lado que reclamaban “venganza” y “pase de facturas”. A la concertación democrática la acusaron de “traidora y legitimadora de la dictadura” por participar en un plebiscito increíblemente desigual e injusto. Los extremistas radicales de izquierda de la oposición a la dictadura rechazaban participar. Y, por supuesto, los abusos de Pinochet les daban argumentos. España y Chile son hoy sólidas democracias…
En fin, derrotar a un régimen con vocación dictatorial, con rasgos marcado del colapsado modelo comunista cubano, como el de la Venezuela de hoy, donde tenemos un “pasticho” de estatismo salvaje con militarismo ramplón de extrema derecha, mucha corrupción en la cúpula –negocios, prebendas, poder y privilegios que defender– y el mesianismo típico de quienes se creen dueños de la verdad histórica, no es sencillo. Requiere coraje, mucha perseverancia –como la de los estudiantes– y también mucho cerebro. No “pensar con el hígado”. Requiere unidad, convicciones democráticas profundas, lucha social, organización política y, dada las condiciones: diálogo. Sumar a los camaradas descontentos que crecen como la verdolaga. A esa inmensa base popular ya desilusionada. Un obstáculo es que en la lucha contra este régimen surge fatalmente entre nosotros una tendencia inclinada a parecérseles en la intolerancia y el fundamentalismo retratados en frases como las que cuestionamos en este “Sin tregua”. Aparecen entre nosotros unos “Cabellos” y unas “Fosforitos” que… ¡Válgame Dios! Necesario es superarlos y superarlas.

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