Sabaneando con Rómulo Gallegos

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Hoy no vine a decir sino a sentir sin más, sin cortapisas, y  escribirle de cosas a Rómulo Gallegos, padre de huérfanos sin peros, que en estos días de primeros de agosto estaría cumpliendo 130 años mientras que ya llega a los 45 sin haberse fumado un cigarrillo.

Así que no quiero que me distraigan en este soliloquio que no exige respuestas, relinchos de caballos de patas azarosas, pajaritos preñados o  relámpagos mudos. Y menos a mí que voy de a pie caminando distancias insalvables con un sentimiento en el alma y una idea en las palabras azotadas por este horizonte desmedido.

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No necesito de baquianos para destejer estos manglares frisados con fango en sus raíces golosas. Lo que se enseña no es lo que parece y yo lo que vine fue a escalar estas llanuras verticales. Y a qué quejarse si no se trata de apagar candelas o decir misas ni rezar santos demagogos, ni prender luceros, ni cantar el amor que no fue ni el que se ha ido o el que no acaba de llegar por fin, o el que no amaina.

Yo vine a caminar el duelo que nos toca, ven tú que allá voy yo. ¡Pero pareciera que mientras más te aproximas más me alejo! Y esa no es la verdad, es tan solo la perspectiva de las sombras, la lectura equivocada de nuestras circunstancias, así como la bocanada de humo que chupo del cachimbo y rebota en el cielo.

Lo que soy no vino a compartirse tampoco con saludos a quienes se ofrecen en mediante a pesar de no ser por costumbre hombre de  soledades. Al contrario, pareciera que no. Mi plan es dedicarme, taita, a pisar tierra, pues las cosas no están para volar y gastar la poca fuerza en frutos altos. ¡Qué llueva en lo que orino a ver si me doy cuenta! ¡Qué broten frutos de mis ojos! Ya veré a mi regreso si es que vuelvo.

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Y si donde debo llegar allí nadie me espera más que mi sombra escurridiza y torpe, no quede en vano mi esfuerzo de entender. No quiero que me hablen en sueños quienes sin buscar lo que yo, quieren tantear desde el pasado de mis gerundios insondables mi presente asombrado. Porque es que ya estoy resabiado para saberme de trucos y de ensalmes y de lunes de las ánimas del purgatorio.

Busco pues lo que no se me ha perdido, menos como aventura de corsario que como diabético insomne tras su dosis de azúcar. Pero es que en mi contextura está cansarme rápido. Genética, no sé; cultura del calor, tiempo, país, desilusión, quién sabe. Y así que siendo el que no puedo ser, pero insistiendo, no debo perder mis energías en zamurales ni ciencia en petroglifos.

Mientras tanto la araña teje y me desvelo por no convertirme en ella y caer en la trampa que no se hizo para mí. ¡Suéltenme las manos muchachas quinceañeras, déjenme los pies bachacos y curares! No pedí agua bendita pero tampoco es para tanta ponzoña. Solo aspiré jadear, alrededor del mediodía, con la frente en alto junto al maestro Gallegos, ese padre que le inventó una luz a Venezuela que está por encontrarse y a veces nos deslumbra y se escapa, entre los tremedales.

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