Me llega, vía Facebook, una protesta contra el hábito chino de comer perros, hasta el punto de que en una región en particular celebran un festival de comida elaborada con carne de perro. El reclamo, seguramente, se sustenta en que esos animalitos no merecen ese fin pues nos hacen compañía y son fieles guardianes de nuestros espacios, entre muchas otras cosas. En realidad, el ser humano come o ha comido de todo, incluyendo carne humana. Si aquí tuviéramos esa costumbre, la de comer carne de perros y gatos, el número de animales realengos en nuestras ciudades seria mucho menor y eso contribuiría a mejorar las condiciones de higiene de las calles, en particular por nuestra costumbre de depositar en las calles las bolsas de basura que son fácilmente abiertas. Nadie deja un chivo o un cochinito suelto por estas calles sin correr el riesgo de perderlo.
Supongo que muchos hindúes deben pensar que los occidentales somos unos malvados porque sacrificamos a la vacas, un animal para ellos sagrado, al que ellos dejan deambular libremente, entorpeciendo el tránsito y ensuciando las calles. Si se las comieran, esas calles no tendrían esos problemas y los hindúes tendrían un mejor acceso a proteínas de origen animal.
En relación con los perros realengos ha surgido un movimiento de personas de buen corazón que los recoge, los curan, esterilizan y los ofrecen en adopción. En muchos países no son tan nobles: simplemente consideran que todo animal suelto es una plaga a la que hay que controlar. A perros y gatos los capturan y enjaulan por unos días a ver si aparecen los dueños y si no, pues los sacrifican. En los países civilizados, todo animal que salga a la calle debe hacerlo con su dueño y sujeto a una cadena.
Una persona me señalaba la contradicción de que mientras estamos dispuestos a adoptar perros, no adoptamos a los niños que viven en situación de calle. Es obvio que la adopción de un niño es un proceso más complicado y que exige una responsabilidad mucho mayor, más costosa y a más largo plazo. Afortunadamente siempre hay personas y organizaciones que algo hacen en favor de estos niños pero es obvio que la efectividad de estos gestos es poca dado el inmenso número de niños en situación de riesgo, lo que obliga a la intervención del Estado, aunque también tiene poca efectividad.
No falta quien asegure que sentir amor por una mascota es una señal de humanidad, pero hay muchos ejemplos en contra: Hitler y Trotsky sentían un profundo amor por sus perros pero ninguno dudó un momento a la hora de asesinar a miles y miles de seres humanos.
