En esta línea del frente en el este de Ucrania, el cese de fuego convenido hace más de tres meses parece ser nada más que una ficción. Los cañoneos son tan frecuentes que hasta los perros han aprendido a correr a los sótanos al primer estallido.
Todos desean que enmudezcan los cañones, tanto los civiles en la ciudad como los rebeldes que la controlan. Pero paradójicamente, la situación no hace otra cosa que provocar más violencia.
Los rebeldes anhelan que termine la farsa y que sus jefes les den la orden de lanzarse a una ofensiva generalizada. «Les hemos pedido autorización y todo lo que dicen es ‘no, no, no»’, afirmó un francotirador rebelde que usa el sobrenombre de Rzhavy.
La supuesta vigencia del armisticio quedó en evidencia esta semana cuando estalló una feroz batalla durante un día en el extremo occidental del principal bastión rebelde, Donetsk, que fue seguida por llamamientos internacionales de calma. En cambio, el repiqueteo de la artillería pesada vuelve a resonar en todo el frente.
Según el acuerdo de paz con mediación internacional, todas las armas de calibre superior a los 100 mm debieron haber sido retiradas del frente. Pero los observadores internacionales dicen que las armas pesadas podrían estar regresando al frente.
En la intersección de un camino rural que conduce a Dokuchayevsk, a 20 kilómetros (12 millas) al sur de Donetsk, milicianos separatistas se turnan en un puesto de control con un cañón antitanque. Del otro lado del camino se alza un crucifijo ortodoxo con orificios de bala y la leyenda «Salva y protege». El techo de un depósito averiado presenta signos de impactos de artillería.
«Si nos disparan a nosotros en los puestos de control está bien, somos combatientes», dijo un miliciano rebelde. «Pero hay civiles que viven cerca de aquí. También los hieren a ellos».
Una bala de cañón hizo impacto en el techo de la casa de Yelena Ignatova pero no afectó su huerto de tomates, pimientos y repollos. Los residentes como Ignatova oran insistentemente por la paz, pero tienen pocas esperanzas de lograrla por medio de la diplomacia. «¿Para qué necesitamos el acuerdo de paz?», se preguntó. «¿Solo para dar al ejército ucraniano la oportunidad de reforzarse aquí?»
Las perspectivas de la diplomacia parecieron peores que nunca este mes cuando la más reciente rueda de conversaciones entre los rebeldes, Rusia y Ucrania concluyó sin progreso visible. El sábado renunció la moderadora de las conversaciones, la diplomática Heidi Tagliavini.
Algunos de los milicianos en Dokuchayevsk provienen de ciudades y pueblos cercanos. Otros, como Valery, de la región siberiana de Yakutia en Rusia, proceden de 5.500 kilómetros (3.300 millas) de distancia.
Valery, que solo accedió a dar su primer nombre, dijo que en septiembre completó un contrato de tres años con el ejército ruso y que decidió viajar a Ucrania aburrido de la vida civil. «Mi abuelita me dijo que los hombres combaten, y por eso vine», explicó.
Dokuchayevsk es uno de varios puntos donde podría registrarse un estallido de violencia. Los episodios más fuertes registrados en el este de Ucrania en meses ocurrieron el miércoles en Marinka, un suburbio donde abundan los edificios de apartamentos a las afueras de Donetsk.
Como si siguieran una rutina bien ensayada ambas partes se culparon mutuamente de iniciar las hostilidades. Un informe oficial de supervisores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa señala que el movimiento de tropas rebeldes en Donetsk en la víspera del combate indica que éstos podrían haber sido responsables de iniciar el ataque.
Tantos funcionarios ucranianos como separatistas parecen tratar de disimular sus pérdidas.
Kiev informó que cinco soldados murieron aunque elementos dijeron a The Associated que estuvieron en una batalla tan dura que pensaron que ninguno sobreviviría. Uno se quedó de que tenían pocas armas para repeler los ataques ya que el lanzagranadas antitanque está dañado.
Líderes rebeldes admiten que sufrieron 16 bajas pero entre la tropa se dice que en realidad murieron varias decenas de sus compañeros.
