Rata por libre

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A diferencia de los gobiernos, que existen para prevenir y resolver problemas, tarea indispensable en la cual pueden equivocarse, y algunos lo hacen con más frecuencia que otras, las revoluciones se hacen para eliminar la causa de todos los problemas, en lo cual suele ser una equivocación en sí. Como la judeización del Reich en el nacional socialismo, más conocido como nazismo, y la apropiación privada de los medios de producción, en el denominado “socialismo real”.

Como parten de un diagnóstico errado, las medidas que toman para enfrentar la causa de todos los problemas, producen mayores problemas. Entonces, incapaces de rectificar porque sería negarse, o traicionar, llegan a la conclusión de que la falla está en no haber sido más revolucionarios, que no han aplicado la dosis suficiente del remedio revolucionario, y la aumentan, causando males mayores. Así ha ocurrido en cualquier lugar donde la terapia revolucionaria se ha usado para curar sociedades enfermas, con el resultado de agravar sus dolencias o acabar matándolas.

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Nuestro gobierno se cree una revolución. Por lo tanto, no gobierna, cree que hace una revolución. Guiado por una superstición ideológica, se empeña en demostrar su teoría. Para ellos, lo malo es que la agricultura, la ganadería, la industria y el comercio, estén en las manos de quienes invierten y trabajan. Creen que deberían estar en manos de todos, que es su manera de decir en manos del gobierno, o sea las de ellos. Los resultados se conocen. Por eso se produce poco y hay escasez, se envilece la moneda y hay inflación, y una y otra circunstancia generan especulación y corrupción.

Tal es el origen y el destino de la reciente decisión de obligar a los productores privados a vender todo o un porcentaje fijado por el gobierno de su producción en la red gubernamental. Al reducirse los puntos de venta habrá más colas, al haber más colas se requerirá más tiempo para comprar por lo cual habrá más “bachaqueo” o reventa y más especulación. Al tener más poder los que manejan la red oficial, la tentación de la corrupción será mayor y mucho más difícil de controlar.

Uno imagina que además de la superstición ideológica, hay una intención politiquera: Hay menos producción, déjame venderla yo para sacarle provecho electoral. Intención fallida porque ahora estará más clara la responsabilidad gubernamental en lo que falte o suba de precio. Pero, ¿y si no es así? Y si la idea es de alguna mafia para hacer el negocio del siglo con el trabajo y la necesidad ajenos y salir forrados. Ese negocio turbio ocurrirá, bueno para el “bachaqueo” pero óptimo para el enchufado corrupto. ¿No cree usted que esa sea la idea y que pueden haberle metido rata por liebre al Presidente?

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