Pulperías y bodegas

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La palabra pulpería tiene origen griego, con ella se señalaba en España, el establecimiento donde se cocinaba y expendía pulpo.

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Los conquistadores hispanos establecen en Venezuela ventas de comidas y mercaderías como telas, especias asiáticas, incienso y mirra, a la usanza de los grandes mercados persas y fenicios. En la época preindependentista bodegas y pulperías funcionaron como células conspirativas. En algunas de las primeras eran ofrecidos artículos sobre todo los provenientes del contrabando, funcionaban como posadas donde además del hospedaje se servían comidas, tragos y había juegos. En ellas se entablaron debates cargados de fuertes tensiones étnicas, sociales, económicas, políticas en pro y en contra de la Corona o la República, por ello muchas fueron clausuradas.

En las bodegas también germinó la conspiración. En la obra La Mentalidad de la Emancipación (1810-1812) Elías Pino Iturrieta plantea que: “Algunos bodegueros hacían cucuruchos y bolsas en panfletos y periódicos obtenidos de las islas vecinas en los que aparecían aspectos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Contrato Social”.

Los primeros pulperos en Venezuela fueron los canarios, manejaron el almud y la fanega de para medir y pesar, algunos empleaban la totuma para medir. Acostumbraban armar trojas para el almacenamiento de alimentos. La ñapa fue utilizada como complemento o regalo para atraer al cliente, sobre todo a los muchachos. Se le daba al mozalbete aun cuando si su compra era de una pulla o un cuartillo.

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También implementaron el Frutero, que consistía en que por cada compra que realizaba era colocado en un frasco un grano de maíz, caraota, etc., a los cuales se le asignaba un valor, y cuando el frasco se llenaba el chaval lo cambiaba por golosinas, razón por la cual ser mandadero tenía su recompensa.

Marissa Vannini en su libro: Arrivederci Caracas comenta que: “Para para un kilo de azúcar, harina, arroz, otro cucharón del mismo género. Donde comprábamos un cuaderno nos daban un lápiz; al comprar el lápiz una goma y al comprar la goma, el sacapuntas”.

En la bodeguita del barrio podíamos solicitar que nos fiaran, para tal fin el bodeguero apuntaba en un cuaderno el pedido. El comentario de las incidencias de la vecindad era común en ellas. Erdman Gormsen apunta como dato interesante que bajo la administración del general Jacinto Fabricio Lara fue construido el Mercado de los Cien Arcos, terminado en 1886. Esta edificación, considerada una obra de arte, no fue frecuentada por los vecinos ya que como lo reseña el diario El Teléfono en 1890, ellos se quejaban de que la carne que allí se expendía era mala, flaca, de mal gusto, de mal color y cara, además, por lo lejos que quedaba el mercado preferían comprar en cualquiera de las 87 bodegas que había en Barquisimeto.

Por otro lado, en su trabajo Acontecer de la Aldea, Ramón Querales comenta: “Los barquisimetanos se disgustaban cuando recordaban que el presidente de la República, Ilustre Americano, Regenerador de Venezuela, general Guzmán Blanco, los llamó pulperos enfranelados”. El cronista acota que en 1952 incluyendo a Barquisimeto, barrios y caseríos cercanos, en cuanto comercios se refiere: “Seiscientos noventa y cinco (695) eran pulperías; doscientas veintidós (222) guaraperas y cincuenta y una (51) ventas de licor… Los nombres de las pulperías y botiquines barquisimetanos expresaban devociones religiosas: La Pastora, La Coromoto; otras consagraban nostalgia por los lugares natales: La Tocuyana, El Páramo, La Sanareña; propósitos: Dios Me ayuda, La Porfía, La Constancia, La Esperanza… Ya no quedan pulperías salvo la de Lázaro Giménez, en la carrera 18 con calle 22”.

Esas bodegas y pulperías en las que se compraba al detal el papelón, la manteca, el maíz, caramelos coquito, café, velas, leche, jabón azul, kerosene, trozos de queso picado con alambre, leña, carbón empezaron a coexistir en el siglo XX con las casas de abastos, establecimientos con mayor variedad de artículos, y más adelante vieron surgir los supermercados en donde había mayor versatilidad de productos y el cliente podía auto-servirse. En ambas innovaciones comerciales, el sabor de lo doméstico se fue disipando.

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