Venezuela está perdiendo a sus hijos que se van hacia tierras extrañas con su cargamento de sueños, conocimientos, títulos y maestrías. El precio a pagar es elevado: Se detiene la continuidad de la historia familiar, las alegrías, los momentos de compartir y disfrutar, de sentarse a la mesa, hacer planes, soñar y reír juntos.
La emigración ha cambiado su conciencia tras la violencia, la destrucción, la persecución y el odio. Todo esto ha creado en el interior del hombre inmensos vacíos bajo la represión de la dictadura que se unen al sórdido exilio de pasar años lejos de la patria, cuya sombra cubre hoy más que nunca el alma de quien se ha tenido que ir para salvarse de esa bestia mortal que todo lo aplasta y destruye.
La ausencia de libertades, la creciente impunidad, las precarias condiciones económicas, políticas, sociales, culturales y morales han obligado los jóvenes a abandonar sus hogares, buscando una mejor calidad de vida, un lugar en que les sea posible vivir en paz a plenitud.
En la Cuarta República Venezuela era un país al que muchos querían venir a visitar o a residenciarse en él. El país se veía crecer, progresaba, todos teníamos lo que queríamos y todo era de calidad y sin embargo nos quejábamos: Éramos felices y no lo sabíamos. El campo era súper productivo, había de todo para todos, la construcción florecía, los lugares de mercado estaban siempre muy abastecidos, sus estantes full de todo lo bueno, suficiente para todos, sin la detestable restricción ni colas que nos humillan y ofenden en este momento.
Desde hace 16 años Venezuela ha venido retrocediendo de forma imparable en lo económico, lo moral, en educación, en lo cultural, en salud, en lo político…, vivimos la crisis más espantosa de todos los tiempos, el caos arropa todos los campos, la macabra inflación nos empuja a rebelarnos contra el régimen que ha sido incapaz de frenarla. Ante este desastre muchos venezolanos han emigrado buscando un aire nuevo, nos estamos quedando sin el factor humano valioso, insustituible. Los que se van añorarán aquella Venezuela donde a pesar de que todos teníamos problemas, en el fondo del alma el odio no tenía cabida, ni el país estaba gobernado por inútiles.
En ese momento sí teníamos patria y no nos dábamos cuenta. Teníamos el petróleo a 8 bolívares, se hicieron obras que hablan por sí solas, ahora tenemos el petróleo a 100 bolívares sin obras que valga la pena señalar. Lo más triste es que la mayoría de este gobierno la forman unos cuantos vivos de la Cuarta República, a los que la ambición los cegó, pensando solo en ellos no en el pueblo al que decían amar y defender.
Ponerse en los pies de un emigrante es llegar más fácil a la comprensión de su decisión, en un país en que se da la razón a la injusticia y se defiende el poder con las armas, para someter a sangre y fuego a quienes se niegan a aceptar la esclavitud.
Este poema de Luis Zalamea me recuerda a los jóvenes que decidieron volar hacia cielos de libertad.
Me voy porque a los parques le pusieron mordaza;
me voy porque aquí ya no se puede reir a carcajadas;
porque los crepúsculos se compran enlatados;
porque agonizaron inermes los últimos rebeldes.
Me voy porque ya ordenaron investigar a la alegría;
porque a los niños les raptaron sus hadas.
Me voy porque a la muerte la venden en cápsulas;
porque en lugar de saúcos se cultivan barrotes;
me voy porque soltaron todos los diques del pavor;
me voy porque en las calles tan solo ríe el miedo.
Venezuela: Sé valiente, no te dejes morir…
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