Por la puerta del sol – Sonría, comparta y sea feliz mientras viva…

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…que la muerte nos deja demasiado serios, demasiado solos, demasiado fríos.
Benedetti conocía muy bien el alma del hombre, sus sueños, fragilidades  y sinsabores; quiso ayudarle a  llenar sus vacíos, a ser feliz; he allí la razón de su frase: “Conserva en tu rostro las líneas de las sonrisas y nunca los surcos de tu llanto”
Una mirada, un apretón de manos, un gesto, un guiño, un abracito, una sonrisa  dicen más que mil palabras.
La vida del ser humano transcurre en medio de circunstancias, deberes, dificultades, trabajo, familia, imposiciones, sueños. Aunado a todo esto vive sometido a los rigores de su carácter, sus momentos de calma y  fríos de su indiferencia.
Vive de amargura en amargura, de disgusto en disgusto, de depresión en depresión, sonríe poco, se enfurece con mucha frecuencia, camina con el ceño fruncido anonadado por el ruido, el desorden, los problemas. No encuentra una razón para darse un paseíto por la alegría y dejar que fluyan libremente sus endorfinas, antídoto eficaz contra el estrés, las preocupaciones, los miedos  y venenos que dañan la salud física y mental.
No todo el tiempo el viento bravo de la vida sopla en contra; muchas veces sopla a favor. Allá fuera siempre encontramos algo  que nos invita a sonreír. Alegría es ver la vida tras un rayo de Sol, el encanto de un claro de luna, el  aroma de un perfume, el canto de un turpial. No nos enviaron al mundo a llorar y vivir en un perenne lamento: nos dieron la oportunidad de aprovechar el encanto de la existencia.
Sale caro vivir tan serios y llenos de preocupaciones. “Para arrugar la frente necesitamos mover cuarenta músculos y solo quince para sonreír”. Dice el maestro espiritual Swami Silvanandanda.
No es fácil vivir contento en un mundo que no nos deja vivir tranquilos, que nos somete a insoportables tiranías, a dogmas que no permiten ver más allá de sus páginas, a leyes que nos coartan la libertad, a un gobierno que usa la fuerza y el poder para humillarnos, ofendernos y acallar nuestra manera de pensar, de obrar y de ser. Nos llenan los caminos de barricadas y de trampas; gobierno, sociedad y entorno nos cohíbe,  todo es prohibido, igual lo es pensar diferente. Pretenden ser nuestros amos, los dueños de nuestras vidas y más que de respuestas nos llenan de tristezas y de muchas  dudas.
Dejamos pasar las cosas hermosas de la vida por estar pendientes de complacer a un mundo o a alguien que cuando lo necesitamos nunca está con nosotros.
Aprendemos a disimular nuestros anhelos, a disfrazar nuestras angustias, a engañarnos a nosotros mismos, la luz de la alegría se nos esfuma con demasiada frecuencia, dejamos que se pierda en medio de las sombras. En ocasiones cometemos el error de someter nuestro  pensamiento al de los demás y con sus sentimientos sentir sea lo más sublime o lo más detestable.
En su imparable libertad el Sol acierta cada día dilatando su esfera luminosa e invitándonos a sonreír ante el espectáculo de luz que nos regala. Siempre hay un motivo para alegrarse.
La alegría forma parte de las emociones del ser humano; produce en él un estado general de bienestar, encumbra los niveles de energía, todo lo contagia; es el don maravilloso que nos da la vida. Un espíritu alegre es capaz de romper las cadenas del horror, puede atravesar cualquier dificultad manteniéndose siempre sereno, ecuánime, seguro.
Las endorfinas que segrega la alegría son en la vida tan necesarias como lo es un calmante analgésico para el dolor. Fatiga, estrés depresión, cansancio encuentran en la alegría el mejor antídoto. Las actividades placenteras son tan necesarias como la respiración, dejarse llevar por estas produce en el organismo equilibrio y gran bienestar. Cualquier sea el placer basta con sonreír para que el cuerpo empiece a segregar con mayor facilidad las endorfinas que llenan de energía y buen humor, disminuyen los problemas del corazón, los respiratorios, mejoran la digestión estomacal, se relajan los músculos, se energiza y reanima el ánimo y la vida toda.
En todas partes sólo se oyen lamentos y quejas; nos asusta ver cómo envejecemos a pasos agigantados, nos acordamos de todas las tristezas, malos ratos y rencores, pero nunca nos da por sumar las alegrías que nos produce el solo hecho de existir.
Nada ni nadie nos obliga a ser infelices, tenemos la felicidad en el corazón, solo hay que soltarle la rienda y sonreír…

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