Por la puerta del sol Rompiendo la rama

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“Todo divorcio es la dolorosa bancarrota de todo un capital de sueños apasionadamente queridos” (René Savatier)
En la vida todo va y todo viene. Los pedacitos de dicha vienen y se van; llega la lluvia y todo florece hasta que aparece la sequía. Todo tiene un origen, avanza, brota, crece, se marchita y termina. El matrimonio no escapa a esta sentencia. Conocemos el principio de una cosa, pero su fin siempre ignoramos.
Una vez traspasan el umbral de la boda, ante la primera dificultad, en la mayoría de los matrimonios, la barca empieza a mostrar los agujeros de su casco.
La vida del ser humano se desenvuelve dentro de una sucesión de ciclos y cambios que lo ayudan a crecer y a evolucionar. Lo que crece prospera, lo que no evoluciona se estanca.
Cuanto más pasa el tiempo, más conciencia tenemos de lo corriente que es nuestra vida, de lo poco que valen el cariño y atención al hogar, esclavos de la rutina que todo quebranta con su férrea hoz. No todo es turbulencia como no todo es placidez, unos maduran otros nunca. Todo lo que nos ocurre gradualmente: matrimonio, llegada de hijos, perder o lograr un trabajo nos afecta. En el trascurso de nuestra vida aparecen momentos de crisis, de rupturas y de cambios. Esto no solo es previsible, sino deseable. Es la única manera que se tiene de madurar y salir del círculo del estancamiento.
Hay cosas que se hacen en conjunto como hay otras que cada uno quiere y debe hacer individualmente. Cada quien tiene derecho a tener su propio espacio, sus gustos, preferencias y actividades que le enriquezcan personalmente. Tenemos derecho a realizarnos y crecer. La confianza fortalece y preserva un matrimonio; así mismo la alegría, la ternura, la atención y la amabilidad producen frutos positivos.
Cuando hacer “Siempre lo mismo” sustituye la comunicación, lo que ha sido deja de ser. Los peores enemigos de una pareja son la rutina, el desencanto, el aburrimiento, una tercera persona, la pérdida del amor y el vacío. La costumbre produce la indiferencia cuyo gran peso lleva a la apatía, al aburrimiento y ganas de huir. “El matrimonio es un árbol compuesto por dos troncos juntos, que necesitan ser regados y atendidos cada día” (R. Loyola)
Amor confianza, compartir, diversión, comunicación, responsabilidad y respeto son los ingredientes con que cuenta una pareja para mantenerse unida, armónica, tranquila y contenta.
La tecnología actual sin duda un gran adelanto y beneficio para la humanidad, es también el gran enemigo de la familia. Va en avance la pérdida de la comunicación familiar, se deja a un lado el compartir y el diálogo; ganan terreno y máxima atención el televisor, los ruidos del mundo, la computadora y el celular entre otros. La familia se va alejando dentro de su propio terreno, se enfría el sentimiento, se acaban las palabras, desaparece el compartir y también las alegrías. Hasta el lazo más fuerte sufre los embates del descuido y las preferencias superfluas de hombre.
Disolver el lazo que ata a una pareja no es cualquier cosa. Los afectados no son solo los que disuelven el vínculo; afecta profundamente a los hijos en quienes surge el miedo, la culpabilidad e inseguridad que produce el divorcio.
Descuidar la felicidad es perder hasta la tranquilidad. A nadie le gusta fracasar, es mejor una retirada a tiempo que una eterna indecisión.
Esto me recuerda el cuento aquel del rey a quien le habían regalado dos halcones para que con sus vuelos embellecieran y alegraran los jardines del palacio. Uno de los halcones volaba todos los días feliz por entre flores y frondas, el otro se movía de la rama del árbol en que lo habían puesto para ir a comer y a beber solamente. El rey se preocupaba de que su halcón estuviera enfermo. Llamó a veterinarios y a quien pudiera curarlo de su desconocido mal. Nada ocurrió, el animal seguía aferrado a su rama. En vista de esto el rey decidió reunir a todos sus sirvientes y jardineros prometiendo un puesto de caballero en el castillo a quien hiciera volar el halcón. Uno de los jardineros que había observado la manera de comportarse del ave decidió cortar la rama en que se posaba. Al sentir que esta caía el halcón salió volando. La única alternativa que tenía era la de caer con su rama o salir volando. Solo así pudo el halcón conocer la alegría que representan los vuelos de la libertad.

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