Por la puerta del sol – Momentos cruciales del hombre

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“Abre la puerta de tu alma y sal a respirar afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán” (Vicente Huidoro)

En sus últimos respiros Goethe veía todo a su alrededor muy oscuro. Él que tanto amó la vida, la luz y los colores del universo, pedía en el momento de su partida corrieran las cortinas de su habitación para ver la luz del día que ya no podía ver…Se fue yendo lentamente y lo único que repetía mientras moría era: Luz, quiero más luz, luz más luz, hasta que se cerraron sus ojos para siempre. Aun muriendo Isabel I de Inglaterra en el momento final ofrecía todos sus bienes y posesiones a cambio de un poco más de tiempo para vivir.

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En momentos de pérdidas, de fracasos, muchas veces el ser humano quiere acudir a un salvador teniendo en sí mismo el poder de superar sus propias barreras, sus propios impedimentos, soledades, miedos y pánicos, (la muerte es la excepción a la que no se le puede decir: “espera” cuando llega por nosotros)
La pregunta que nos hacemos es: ¿cómo salgo de esto? ¿Cómo supero la pérdida? ¿Dónde hay una tabla de salvación? ¿Cómo me libero de esta culpa que es mi sombra y postración? Vivimos aplazándolo todo y cuando nos damos cuenta nos falta mucho por hacer cuando ya no hay tiempo.

Parte de la siguiente historia la leí en una revista cuando viajaba más allá de la frontera.

Un muchacho fue un día a visitar a su maestro y a preguntarle qué debía él hacer para conseguir lo que más anhelaba tener en la vida. El señor guardó silencio. Volvió el joven a preguntar: Maestro ¿qué hago para lograr que mis sueños se hagan realidad? ¿Cómo podré vencer mis dificultades? ¿Qué hago para tener lo que quiero? Una y otra vez el maestro solo guardaba silencio y el joven no tenía más remedio que retirarse y volver a intentarlo. Por varios días lo hizo. En la última ocasión que tuvo el maestro de recibir en su casa al alumno, lo invitó al río y lo llevó hasta la parte más honda para enseñarle algo. Le sumergió la cabeza en el agua.

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Sintiendo que le faltaba el aire el joven hacía fuerza para sacarla y no ahogarse. Fue este el momento en el que al sentir el desespero de aquel joven el maestro lo dejó sacar la cabeza a la vez que le preguntaba, qué era lo que más deseaba cuando sentía que se ahogaba. ¡Aire, quería aire, mucho aire! ¿Acaso en ese momento te vino a la mente el dinero, el poder, los placeres, los amigos, el amor o pensaste en alguno de tus sueños? No señor, nada de eso, solo quería aire para poder respirar y vivir.

Entonces contestó el sabio: Para conseguir en la vida lo que se quiere debe anhelarse con la misma intensidad con la cual querías poder respirar en el momento en el que sentías que te ahogabas. Nadie nos da lo que solo el esfuerzo puede. Acción, intensidad y fe son suficientes para llegar a donde queramos.

Cerremos los ojos y dialoguemos con la esencia de nuestro yo interno, y en este diálogo prodigioso preguntémonos: ¿Qué aire, qué luz, qué vida necesito y quiero yo? La grandeza del logro depende de la fuerza con que se desee y la fe que se tenga en uno mismo.

Mientras usted piensa cómo lo va a hacer, yo me haré a la mar, ajustaré mis velas para aprender del vuelo de las gaviotas y del mar que a pesar de sus tormentas no se queja ni reclama, ni se aterra cuando llega la oscuridad, porque en las noches oscuras se duerme arrullado por el eterno concierto de brillos de luna y de luceros que se mecen felices en sus aguas tranquilísimas…

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