Por la puerta del sol – Ese regalo llamado perdón

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“Perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó” (Mark Twain)

El cerebro humano como el disco duro de la computadora guarda desde lo más importante hasta lo más superfluo, desde lo más antiguo hasta lo más nuevo, desde lo más alegre hasta lo más triste, desde lo más sublime hasta lo más horrendo. Todo lo que recordamos sea bueno o sea malo está hecho de pausas ubicadas a lo largo y ancho de la memoria. Es inevitable que surjan ciertos sentimientos cuando recordamos y reconstruimos aquel panorama o aquel personaje que dejó en nosotros sus noblezas o sus vilezas. Al recordar sentimos cariño o rencor, depende de qué o quién nos llegue a la memoria.

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La memoria es evolutiva y circunstancial, siendo esta última la que se toma el trabajo de sacarnos a flote los malos recuerdos, aunque según la ciencia médica es en el almacenamiento que guarda esta parte de la memoria en donde gradualmente va desapareciendo lo que hay allí guardado. Esto demuestra que el rencor no tiene eterna cabida en el recuerdo, gracias también al tiempo que todo lo cicatriza y cura. Al lado del rencor somos tormento, junto a la condena del odio duro sufrimiento, frente a la alegría del perdón somos canción. Inútil es avanzar cuando el resentimiento se enraíza hondo en el corazón. A porfía cada huella regresará nuestra marcha hacia la nada.

A medida que vamos viviendo nos vamos llenando de aprendizajes. Rabia, frustración, tristeza, desencantos son sentimientos que hieren y nublan la razón, emociones que entorpecen y no dejan ver el enorme campo de beneficios que para la vida abriga la mente. Dice Freud que “Recordar es el mejor modo de olvidar” (?)

Somos un rompecabezas en el que cuando una pieza no encaja, está torcida, vieja o deforme tenemos que buscar la que hace falta para que cuadre en su sitio, armonice, se solucione y todos contentos. Cuando estamos en este quehacer es justo el momento en el que entran a realizar sus funciones el afecto, la voluntad, la creatividad y la inteligencia. Perdonar es robustecer las energías, odiar es una pérdida de tiempo y de energías.

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La inteligencia y la piedad llevan a comprender mejor a aquellos que muchas veces sin quererlo, nos hirieron y dejaron marcas en el alma. Alimentar estos sentimientos es dañarnos a nosotros mismos. Aunque es difícil la reconciliación por aquello de las heridas, cuando las superamos y otorgamos el perdón el espíritu se tranquiliza, aflora la sonrisa, salvamos el corazón del naufragio.

Hay un momento en el que una canción, un aroma, un escrito, un paisaje o una palabra nos llevan a recordar algo o a alguien que dejó en nosotros su querida huella. Bajo esta situación hace su entrada el elemento que percibe y recuerda, el hipocampo almacenador de todo lo que nos hace felices al recordar. Su presencia nos convida y ayuda a sacar de nuestro edificio humano los venenos del reconcomio para llenarlo de alegría. Todo lo que mora dentro de nosotros es una colección de enlaces cuyo oficio es quitar escombros y abrir sendas de paz y de perdón. Perdonar es liberarse de las ataduras del rencor. Las brasas que lanzamos hacia aquel que nos afectó, nos quema a nosotros más que a él. El débil no conocerá nunca el perdón, porque el perdón es un atributo solo de los grandes corazones, del hombre superior.

Se acerca navidad y con esta los regalos. El mejor regalo que podemos hacer a aquellos que nos han herido y que podemos pedir a quienes hemos dañado es el del perdón.

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