La imagen idílica de quien se identificaba con su lugar de origen al pensar en el final de sus días, en el eterno retorno para convertirse en polvo y ceniza de la tierra, sembrado en …la sierra al pié de los mageyales…, se desdibuja con los recientes sucesos de Ayotzinapa.
Desde hace rato, por más que recordamos la letra de la canción, el contraste con la realidad que vive el país azteca lacera emociones sin consuelos porque el fenómeno del narcotráfico y la corrupción no es como para igualarnos por debajo, dado los niveles con los cuales se manifiesta su penetración en nuestras sociedades. En mayor o menor medida, va ganando espacio.
Resulta alarmante observar cómo ese flagelo en el mundo globalizado de hoy lo desarticula todo y hace trizas a los lugares, su cultura, y sus aspiraciones legítimas al “progreso” como esperanza de redención para los pobres y los excluidos de siempre.
A partir de los años sesenta, afloraron las críticas al desarrollismo por medio de las teorías de la dependencia y las tesis acerca de las sociedades duales. En el contexto latinoamericano, coparon el debate. La comprobación vino por diferentes vías y desde ópticas diferentes. El arte, la ciencia, la literatura, el cine, la poesía, así lo expreso. El tiempo lo constata.
Puede hablarse con propiedad, no de un país, sino de dos o más en uno, atendiendo a los desequilibrios regionales y locales existentes que las propuestas del desarrollo endógeno vertidas en los planes nacionales no concretaron. Para desdicha del pueblo y pérdida de fe en la política, los partidos y los gobiernos.
A propósito de otro eslabón para la cadena, los eventos del Estado de Guerrero, ponen al descubierto, como lo señala Joaquín Rey, dos Méxicos: “Uno vive en el pasado y otro no sabe bien si se integra en el futuro. Uno rezuma paz y alegría y otro. Otro se mata sistemáticamente. Uno es generoso y otro roba con placer y corrupción”.
La cuna de los hombres cabales …se tornó en el cementerio de los desaparecidos que reposan en fosas comunes, por obra y gracia del narcotráfico y de la corrupción. Según cifras oficiales, desde que el anterior presidente Felipe Calderón, en el 2005, declarara la guerra a los cárteles de la droga, hasta febrero del año pasado, se contabilizaban 26.121 personas desaparecidas. Las comparaciones, ilustrativas de lo aberrante, muestran que si en Irak, los fundamentalistas del Estado Islámico han masacrado a 9 mil civiles, en lo que va de este año; en México, en el 2013, fueron más de 16 mil las vidas que cobró el crimen organizado. Compiten en las redes sociales por demostrar quien ejerce el poder con más acciones sanguinarias y de terror.
Vargas Llosa se refería al largo período gubernamental ejercido por un solo partido en el país azteca como la “dictadura perfecta”; hoy, por hablar de quien dirige México, el consenso apunta hacia “el narco- Estado perfecto”, es decir, la unión de los cárteles de la droga con la estructura política, judicial y financiera del Estado. Como bien puede apreciarlo un “cuate” o “manito”: los narcos hasta tienen su género musical, el narcocorrido, y difícilmente uno de los 40 millones de compatriotas que atravesaron el Río Grande buscando el paraíso, rememore: … que digan que estoy dormido y que me traigan aquí…
