La sempiterna reflexión propia de estos días incluye las expectativas por lo que puede deparar el año que se inicia. Abundan las afirmaciones de todo tipo, incluyendo presagios, profecías, lucubraciones y construcción de escenarios, dependiendo de la óptica donde usted se ubique y los postores que mejor se acerquen a los deseos de muchos.
Para quienes consultan toda suerte de horóscopos, los astros en la versión china, traducidos en una simbología animal, anuncia que la cabra de madera aparece como el signo predominante, en cuyo año la sorpresa, lo imprevisible, la incertidumbre será lo característico. En este caso, la coincidencia es plena con lo que se vislumbra desde hace rato como tendencia del cambio de época.
La confluencia de una serie de transformaciones, encadenadas sistémicamente, operando simultáneamente, emergentes y subyacentes, les otorga carácter de imperceptibles en muchos casos, pero dada su multiplicidad, su impacto, en mayor o menor medida puede pasarse por alto, para efectos de cualquier análisis estratégico. Un verdadero reto para quienes deben tomar decisiones, sobre todo tratándose de un país.
Los factores que pueden tipificar eso que se denomina crisis serán de diferente naturaleza y magnitud. La propia realidad concreta que se enfrente, se expresa de maneras diferentes en tiempos distintos. La crisis no es un hecho excepcional en la vida de ninguna sociedad. En mayor o menor medida es recurrente. Allí está la historia para evidenciarlo. El ámbito no escapa a sus manifestaciones y alcances: mundial, continental, zonal o regional, nacional y local.
Puede parecer un lugar común en el expediente de las crisis, pero generalmente se alude a la peor crisis, según la lectura que de cada una de ellas, de tiempo en tiempo, hagan sus analistas. Los tratadistas y expertos en el manejo de las mismas, con sus aciertos y errores, incluyen entre sus manuales y recomendaciones, como una regla de oro: No ocultarla. Que es como decir, tampoco enmascarar sus dimensiones y magnitud. Los efectos de las medidas que puedan acordarse y anunciarse para revertirla, estarán en función de ello. Paradigmática, al respecto, la frase del primer ministro inglés, Sir Winston Churchill: “Sangre, sudor y lágrimas”.
Las expectativas para el 2015 apuntan hacia un Plan de Recuperación Económica cuyos lineamientos centrales deberían ser más contundentes para solventar la crisis, en comparación con las medidas que se han venido tomando. La propia credibilidad del Gobierno está en juego y, por ende, su capacidad política para hacerle frente a los niveles de ingobernabilidad que ella acarrea. ¿Hasta dónde llegará el “golpe de timón” para encarar el viraje necesario? Algo distinto debe sobrevenir.
