PERFIL PUEBLERINO

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Cuando Barquisimeto no había perdido su esencia de pueblo, cuando en sus límites humanos habitaba la tranquilidad y el verdadero afecto regionalista, existían allí hombres que en medio de honrosa humildad soltaban elocuentes expresiones.

Uno de ellos era Nicolás Vizcaya, genuino barquisimetano de aquellos tiempos: buen conversador, irónico ante la pedantería, amigo de la música y poeta. Siempre andaba con el poder de la palabra para hurgar la verdad. Entonces se decía que estaba loco, pero eso no era cierto. A su equilibrio sólo le faltaba el tonel y la linterna para ser otro Diógenes.

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Un día hablaba Vizcaya con don Antonio Álamo, fundador de “El Monitor” (primer diario que circuló en Barquisimeto), y alguien desde el zaguán de la sede periodística solicitó:
-Una limosna para el pobre, por el amor de Dios.
Entonces Vizcaya, con serena palabra, contestó:
-No es pobre quien nombra a Dios
Otro personaje de perfil pueblerino era Marco Aurelio Rojas, quien apenas valiéndose de elemental educación se entregó a la literatura. Y en este ejercicio de las letras, con el tiempo, respetados críticos reconocieron la calidad de su obra dándole el rango de “señor de la perfecta poesía”. Quizás por su humildad, sin percatarse del valor de sus creaciones, se envolvió en una vida bohemia. Así, siempre iba al conocido botiquín La Provincia.
Un día, según relata Carlos Pereira en su libro Anécdotas de humor larense, llegaron al citado lugar unos señores de Carora: Carlos Herrera, José María Riera y Octaviano Herrera, dueños de tierras y ganado. Allí, como siempre, estaba Marco Aurelio vestido con precaria ropa y zapatos cubiertos de polvo. Tras reconocerlo, los recién llegados invitaron al poeta a compartir unos palitos con ellos. De inmediato la palabra sólo circuló en el triángulo caroreño con historias de ganado, potreros, tierras y más tierras.
Así estaba la conversación, aguantando Marco Aurelio las ganas de expresar su verbo, cuando llegó un joven limpiabotas (llamado betunero) y fue preguntando a los terratenientes si iban a pulir los zapatos. Ante el “no” de éstos, el lustrabotas se dirigió al invitado de piedra:
-Usté, señor ¿Le pulo los zapatos?
-No, gracias- respondió el poeta.
-Entonces -insistió el betunero- ¿Le quito la tierrita?
Marco Aurelio lo miró fijo, con desconsuelo, y le dijo:
-Caray muchacho, es la única tierrita que tengo… ¿Y me la vas a quitar?

 

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