Para ser viable, la política moderna debe ser justa e inclusiva. La viabilidad depende de que existan múltiples avenidas de participación. Si estas no existen, entonces ese mecanismo que es el sistema político se estanca, se traba o solo funciona para algunos, con un gran costo para la sociedad: o se apoya en la fuerza o en gran derroche de recursos, o ambas.
Entenderlo, empieza por comprender una realidad. El pluralismo es el rasgo social y político fundamental. Si todos viéramos la realidad desde perspectiva igual, si pensáramos de la misma forma, ¿Para qué la participación?
Pero la sociedad es plural. La política moderna es el gobierno justo como pensaban los antiguos; el gobierno viable como pensaban los hombres del Renacimiento; y el gobierno del equilibrio de la invención del Estado de Derecho en adelante. Equilibrio no es algo abstracto, significa instituciones y canales para articular la diversidad política, social, económica, cultural. Articular, así como en las articulaciones del cuerpo: “Unión entre dos piezas rígidas que permite el movimiento entre ellas”. Como la rodilla, el hombro o los dedos de la mano.
Si no es participativa, la sociedad no puede ser hoy democrática. Pero si no es plural, la participación no es participación. Porque no hay democracia de un solo color. Los sociólogos y politólogos nos han dado interesantes definiciones de participación. La mayor coincidencia es su carácter voluntario. Enfatizo el carácter voluntario. La participación “desde arriba” no es verdadera participación.
Al cerrarse, o desconocer legitimidad a los que no piensan como ellos, los gobiernos autoritarios pierden la información que es necesaria para tomar buenas decisiones y se alejan de las posibilidades de articular consensos.
La participación ayuda la eficiencia. Permite estar informados. La información es un insumo para la toma de decisiones, y la principal actividad de los políticos es tomar decisiones y hacerlas cumplir.
