#Opinión: Luis Penzino Freury, in memoriam Por: Antonio Sánchez Garcia

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¿Se ha ido, nos dejó, se ha muerto? ¿Cómo comunicar el fallecimiento de un amigo que hemos querido como a un hermano, con la misma confianza, con la misma solicitud, con el mismo aprecio y desprendimiento o mayor aún que el que se tiene por un ser de la misma sangre?
Con Luis Penzini se me ha vuelto a desmentir la conseja que insiste en señalar que los amigos verdaderos se los tiene en la infancia o en la temprana juventud. Nos conocimos en medio de los intempestivos trajines de esta atribulada primera vejez, que tendríamos el legítimo derecho de disfrutar en el retiro de la quietud, la serenidad, el sosiego. Reconciliados por fin con nosotros mismos. Derecho que un país habituado a vivir de cabeza decidió quitárnoslo con maña, con trapacerías, con violencia. Con inmoralidad, con mentiras, con argucias baratas.
Debe haber sido acezando en una carrera para escapar de los gases lacrimógenos, tropezándonos con alguna bandera pisoteada en el apuro por resguardarnos en algún dintel o escuchando ansiosos la verdad que esperábamos de alguno de nuestros líderes. Para salir desengañados y aturdidos por la inveterada incapacidad intelectual de nuestros semejantes por ver la verdad de frente y abofetear a los seductores de esquina.
Pero allí, en la lucha contra la inmundicia y la maldad de lo peor de nuestra idiosincrasia, vinimos a enlazar una amistad entrañable, afectuosa, verdaderamente fraterna. Amábamos los libros, el pensamiento, la discusión. Disfrutábamos contraviniendo los lugares comunes de nuestra menguada élite y apostando siempre a perdedor. Como corresponde a quienes no nacieron para bailar al son de los tambores que ensordecen el mercado.
Me llevaba una inmensa ventaja. Yo, que por encontrarme en Berlín no pude ganar unas elecciones la única vez que se terció la oportunidad, en 1970 con Salvador Allende, jamás volví a tropezar con un ganador. He votado tenaz, tozuda, religiosa y sistemáticamente por los que perdieron. De esa congénita incapacidad de acertar con la lotería política no me librarán los hados. Ni con Chávez entrometiendo un pie en la tumba. Se hace tarde, y estoy condenado a jugar en el partido de los loosers.
Pero Luis Penzini no sólo acertó. Ganó con Carlos Andrés Pérez II y hasta fue nombrado Ministro de Urbanismo. Prueba incontrarrestable de que Pérez fue un hombre decente, un presidente honorable y un estadista, pues haber pensado en Luis y designarlo en ese cargo suponía confiar en el talento, en la honestidad, en la capacidad gerencial de un gran ingeniero venezolano. Y sobre todo en la honorabilidad. Pues Luis Penzini proviene de una familia honorable, tuvo una familia honorable y siempre estuvo emparentado con familias honorables. Representantes de lo más honorable de una sociedad honorable que ha tenido la inmensa, la trágica desgracia de haber perdido casi toda su honorabilidad para desbarrancarse a los turbios abismos del deshonor y la vergüenza. En los que hoy chapoteamos.
Me duele inmensamente que mi amado hermano Luis Penzini haya muerto antes de ver reaccionar a la Venezuela honorable y sacudirse esta costra de ignominia y mediocridad que nos abruma. Para participar de la alegría del renacimiento, en la que hemos creído y seguiremos creyendo a pie juntillas. Pero me conforma la idea de verlo descansar en paz. Jorge Luis Borges se imaginó el paraíso como una gigantesca, inagotable biblioteca. Allí estará Luis, devorando los tantos libros que tenía pendientes, un hombre culto, digno, honorable como él. Que Dios lo tenga en su Santa Gloria. Y que por fin descanse en paz.

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