#Opinión: El valor de la vida Por: Crisanto Gregorio León

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Para André Malraux, la muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida. Y una máxima filosófica nos advierte que los seres humanos deben, como los mismos de su especie con el uso de la razón, ser prudentes. Algo así como el zorro es astuto y el león cauteloso.
El sicariato se ha convertido en la más absurda forma de perder la vida. Con esta tan despreciable práctica el asesinato se pone a la orden del día por miserables sumas de dinero, donde por asuntos fútiles la seguridad de las personas pende del antojo de las banalidades de algún desaire en una conversación o de arrebatos de cólera producto de irracionalidades, por las cuales la gente exaltada al creerse ofendida puede ser capaz de violar las leyes para vengarse y en esas circunstancias se le pone precio a la vida de aquel o de aquella que tuvo el infortunio de tropezarse con quien jamás sospecharía podría ser capaz de acabar con su existencia o la de sus seres queridos cuando menos se lo espera, o cuando la huella memorística de los sucesos que lo provocan ya se ha borrado por efecto del tiempo.
La muerte por encargo y por venganza es un síntoma de descomposición moral y psicológica, una perdida de valores, mientras que según Pietro Metastasio usar la venganza con el más fuerte es locura, con el igual es peligroso, y con el inferior es vileza. Y aunque esta reflexión filosófica puede fijar su raíz en la mente de un hombre prudente, la imprudencia puede hacerla olvidar.
Hay quienes no aprecian la vida, porque no les ha tocado de cerca la muerte o porque jamás se han puesto a pensar que a manera de boomerang se les podría devolver todo el mal y el sufrimiento causado a sus víctimas por sus pareceres, comportamientos y actitudes marcadas por la bajeza. Muchos son los que tomando una resolución criminal llegan al indeseable momento de no apreciar la vida propia y en tal sentido poco les importa la de los demás y dejándose manejar por los impulsos terminan con la existencia de quien pudo haber sido útil por mayor tiempo en la sociedad.
Conversamos con las personas pudiendo incluso verles los rostros y determinar la agudeza de sus gestos, pero difícilmente podemos comprobar cuales caprichos criminales se mueven en su mente y controlan sus pensamientos, recorriendo sus circunvoluciones preparándose para atacar certeramente donde mayor daño pueda causar a la víctima, a su familiares e incluso a sus amigos.
El perfil psiquiátrico de la mentalidad criminal tiene complejos relieves, donde después de haber sido víctima de un asesinato no tiene relevancia ni cabida para quien ha perdido su vida o la de sus familiares, estudiar las causas, condiciones, móviles, circunstancias, acciones que llevaron a una persona a quitarle la vida a otra; que no sea para hacerle preso y que pague la pena impuesta por la ley. Al final, los delincuentes pueden perder la libertad, pero la victima ha perdido la vida que es el mayor y más preciado bien que el ser humano debe cuidar.
Siendo alegórico a los refranes populares podría decir que «después de ojo sacao no vale Santa Lucía».
Por eso la racionalidad aconseja manejarnos con prudencia ante personas de quienes no tenemos certeza de cómo reaccionarán y evitar temeridades que por soberbias podrían causarnos grandes daños.

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