#Opinión: El diluvio que viene Autor: Antonio A. Herrera-Vaillant

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Contaba hace años José Ignacio Cabrujas que cuando Juan Vicente Gómez estaba moribundo y casi en coma, un adlátere del entorno comentó, urgido, «¿y la sucesión?» Ante lo cual el anciano déspota entreabrió un ojo y murmuró: «Déjese usted de pendejadas».
Los gobernantes absolutos suelen ser y sentirse únicos e irrepetibles, y más aún los mesiánicos y narcisistas, entregados de cuerpo y alma al protagónico culto a la personalidad: Aunque alguna vez indiquen algún lineamiento sucesorio, en el fondo les importa un rábano lo que venga atrás de ellos.
La irresponsable actitud pasó a la historia con la frase atribuida el rey francés Luis XV: «Apres moi, le deluge» -«Después de mí, que venga el diluvio»- que vivía sin cuidado de cuanto pudiese venir después.
Estos personajes se suelen rodear de nulidades que gustosas se someten a cualquier vejamen o servilismo con tal de estar pegados a la órbita del que los saca del más justificado anonimato.
Pero al desaparecer el astro fulgurante se apaga la luz de los satélites.
Esa es la tragedia que ahora encara Venezuela. El difunto Presidente mantuvo su ansias de poder por encima de los intereses de la nación. Solo así se entiende que haya sacrificado la salud por llegar hasta el final mandando, con más tiempo en el poder que cualquier otro déspota criollo, a excepción del propio Juan Vicente Gómez.
Etiquetas como «socialista» y «bolivariano» fueron apenas elementos de utilería, para tapar una ambición personal desmedida.
Lamentablemente en sus recientes funerales, dignos de un monarca egipcio, no se cumplió la tradición de sepultar al entorno junto al Faraón. Ahora quedan los detritos que dejó atrás, dispuestos a cualquier abuso con tal de mantener inmerecidas posiciones y seguir cayendo sobre la nación cual aves de rapiña.
El difunto Presidente – casi por no dejar – indicó uno que debería actuar en reemplazo si a él le pasara algo, cosa que probablemente no creyó sucedería.
Pero su verdadero legado no es un muñeco de ventrílocuo habanero que ahora vemos trastabillando. Lo que realmente nos ha dejado el difunto mandatario es un diluvio de nefastas consecuencias económicas, políticas y sociales que deberá encarar quién le reemplace en la silla de Miraflores.
Algunos cínicos sostienen que es preferible dejar la carga al torpe designado, pero Henrique Capriles Radonski sostiene que la salud material y moral del país exige un equipo que no tema a la dificultad, que no luche por cargos sino por un ideal. Y esa valiente actitud es justamente la que puede lograr lo hoy inesperado. Amén.

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