#Opinión: Dulcinea Por: Carlos Mujica

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Lectura

Aquí estoy, Dulcinea, ante mi cuaderno de notas que soportará todo lo que yo deba decir de ti. ¿Quién eres? ¿Una palabra? ¿Una palabra que nombra? El Quijote es otra expresión que nombra. Entre el nombrar y la palabra debo encontrar lo que me inquieta. Nombrar es apuntar a un contenido funcional en el sentido de la palabra. Y ¿Qué es la palabra? No hay nada que decir de ella, salvo que como seres comunes apelemos a explicarla por algún medio lingüístico o gramatical. Pero como se entenderá no deseo caer en escuálidas y áridas explicaciones de orden científico. La palabra está ahí como una invención del hombre; la palabra es de todos. La palabra como expresión no es cosa propiamente. A la palabra se le asigna la propiedad de nombrar a la cosa. Nunca antes ni ahora la cosa será por ella.

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La palabra y el mundo son dos diferentes realidades. El mundo es real, la palabra una realidad húmica; la palabra aprovecha el humo del aire para sustanciarse. Dulcinea es una realidad de la palabra. Una palabra poética que expresa un sentimiento, el sentimiento del amor. El sentimiento de un ser que vive la más pura y noble esencialidad del amor. Un sentimiento endulzado en el humo del aire de la palabra. Tan dulce como el néctar de los dioses. Más dulce que las mieles de los himenópteros. Dulcinea es una realidad de la palabra que nombra sin importarle la realidad del mundo. Dulcinea es una realidad intangible cargada de belleza que el amante opone a la burda realidad real, tan cruda, tan cargada de imprevisiones, tan dolorosa que nunca duerme y que en todo momento somos su objetivo.

Don Quijote la concibe como la realidad nombrable de un amor envuelto en la pureza de sus sentimientos. Pero en esta realidad del hombre se conciben otras realidades nada sustanciales que consiguen con el demonio de la imaginación acabar con la noble pureza de los sentimientos.

Aparecen los fantasmas de los encantos: seres que se conciben en la imaginación para desplazar con sutiles sortilegios ese mundo mágico del amor. La mente concibe y reproduce lo que la realidad del mundo le escamotea; Dulcinea es para Sancho en las aldeanas que se desplazan en sus asnos la princesa más sublime con su atuendo de recamados lujos; Y Para el dolido Quijote es una rústica labradora de aspecto rechazable que monta vulgarmente sobre una borrica. Sancho se idealiza para mentirle al amo; El Quijote se materializa para develar la mentira. Pero todo queda en las palabras. Las palabras arrastran al ensueño, pero también nos hunden en el tremedal golpeante de la rudeza de la realidad mundanal. Dulcinea está más acá, es nuestro sentimiento. Aldonza Lorenzo está más allá, es el mundo.

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