#Opinión: Cristianos en la historia Por: Ramón Guillermo Aveledo

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En la historia venezolana puede distinguirse perfectamente una tradición. La de los cristianos en la vida cìvica. No ha sido, en este largo devenir, la presencia dominante, pero siempre ha estado allì. Como energía ética, como influencia intelectual, como orientación política.
Los cristianos no se aparecieron en la vida pública venezolana de repente, a ver què sacaban de ella. Ser legatarios de esa trayectoria nítida comporta una responsabilidad
Empecemos por el sabio Cecilio Acosta, quien nos habla de los Deberes del patriotismo, para quien los vicios de nuestra vida pública “nacen de que aùn no hemos querido entrar en las verdaderas pràcticas republicanas, en la discusión pacìfica del derecho, en los usos respetables de la asociación, en la prensa como luz, en la representación como reclamo, dejando con èsto petrificarse los abusos y agravarse los males públicos; para después ocurrir a la guerra como único remedio, y crear una nueva situación política en que se repitan, en perjuicio de vidas y fortunas, la misma negligencia por una parte, y por otra la necesidad de caer en idénticos desastres.” Es 1867, y de guerra en guerra, de tirano en tirano, de revolución en revolución, la nacionalidad se hacìa jirones.
Es la Venezuela de Juan Germàn Roscio, redactor del acta de la Independencia, Presidente del Congreso de Angostura, el que proclamò en 1817, “el triunfo de la libertad frente al despotismo”.
La de Fermìn Toro, político cristiano de visión y acción social, de obra fecunda en la construcción del Estado en el parlamento, las Finanzas Pùblicas y las Relaciones Exteriores, quien desde las filas conservadoras criticò a profundidad la ley usuraria “de espera y quita” del 10 de Abril. El que cuando había sido fusilado el Congreso en 1848 y los soldados lo fueron a buscar, para que como diputado asistiera al parlamento amansado y amarrado por el abuso del poder despótico, respondió altanero: “Decidle al General Monagas que mi cadáver lo llevaràn, pero Fermìn Toro no se prostituye.”
La de Mario Briceño Iragorry, el que en 1952 escuchò el llamado profundo de la tierra para proclamar “ideas fundamentales de unidad y defensa de la nacionalidad”. Don Mario, que nos advirtió contra los riesgos de la impreparación y la obra presuntuosa.
De Roscio, de Acosta, de Toro, de Briceño Iragorry, venimos. De esa historia venimos. No podemos fallarle a nuestra historia.

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