¿Nos guste o no?

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Durante las últimas semanas en el país se ha estado discutiendo si la candidatura presidencial de Henrique Capriles Radonski «no camina», como dice Rafael Poleo; si esta opción es «un jardín sin flores», en la expresión de Oscar Schemel (Hinterlaces); si es verdad que el candidato debe «dejarse ayudar», como sugiere Alberto Franceschi; o si a Capriles simplemente hay que respaldarlo «nos guste o no», según Teodoro Petkoff.

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Fue un debate oportuno. En primer lugar, porque surtió efecto. Ciertamente, la candidatura de Capriles entró en una especie de exasperante letargo casi al día siguiente del proceso de primarias. Expertos y legos, coincidían. No había emoción. Capriles no se soltaba, en un escenario dispuesto sólo para él. A muchos les exasperaba la pose del abanderado de la unidad, porque, se quejaron, eludía el ataque frontal, o la confrontación abierta, con Hugo Chávez. Una pregunta que todo el mundo se hacía es hasta cuándo podría escurrir el bulto, de cara a un oponente que si algo lo caracteriza es la omnipresencia, su fuerza invasiva, totalizante.

En segundo lugar, el debate fue oportuno porque sirvió para clarificar el papel de las encuestas. El oficialismo pretendía llenar el vacío que dejan la ausencia prolongada y las dramáticas apariciones, limitadamente mediáticas, de su disminuido candidato, con una avalancha de propaganda, de desinformación (de manipulación, en una palabra), estrategia que tenía, ¿o tiene?, a las encuestadoras como una de sus principales puntas de lanza. La intención, obvia, casi de Perogrullo, era confundir, prostituir este instrumento científico, que jamás se supiera cuándo una medición de opinión era honesta o no. Mantener intacto el factor miedo, la desesperanza, el inmovilismo. Y jugar a la economía del voto. Al final la población se inclinaría por aquel candidato con más chance de ganar, en apariencia, o se abstendría de contradecirlo. Pero Hinterlaces salió mal parada de esta refriega. Su presidente, Schemel, tuvo reacciones muy torpes, que sólo parecen confirmar las sospechas. Eso de decir, por ejemplo, que las protestas, cada día más ásperas y generalizadas, lo que hacen es reforzar el liderazgo del presidente Chávez; y, soltar, además, que «la oposición tiene muchas dificultades, porque los invade un odio», plantea ese tipo de confesiones que, en un tribunal, hacen feliz al abogado de la contraparte, pues ahorran los argumentos. Habló como un partidario. Ese no es el papel que corresponde a alguien que toma la fotografía de lo que la gente piensa en un determinado momento y está obligado a tener presente que esa opinión puede variar, sustancialmente, al día siguiente. Es lástima, pero Schemel estaba en una jugada y acabó trasquilado. Y quién sabe si la reacción última del CNE, de anunciar que en adelante «filtrará» las encuestas, sea consecuencia directa de ese descalabro. Un capote que buscarán remendar.

El debate sobre si Capriles Radonski camina o no, si coge vuelo o no, fue oportuno, sobre todo, porque nos ha puesto a reflexionar en torno a una cuestión fundamental. ¿Qué es lo que se espera del candidato que enfrentará el siete de octubre al Presidente, si la salud de éste se lo permite? Y, ¿cuáles condiciones, políticas y personales, físicas y morales, buscamos en el líder que habría de sortear una eventual «transición», con el actual mandatario fuera de la escena?

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Quizá, inconscientemente, nos deprime que Capriles Radonski no esté animado a encarnar a un nuevo Mesías. Se le exige algo más que un discurso sencillo, sobrio, espontáneo, a quien está llamado a medirse con el palabrero, con el gran fantaseador. Mientras en el oficialismo están a la caza de las semejanzas, para tacharlo de imitador de pacotilla, probablemente nosotros le reprochamos, allá en nuestros adentros, que no descienda al tremedal hasta trabarse en una salvaje confrontación con aquel que, en su hábitat, sabemos, tratará de despellejarlo vivo en la primera ocasión. Dudamos de la fuerza que mana de nuestra razón, de esa imperiosa necesidad que nos quema, de encontrarle fin a esta salvajada que se aferra a un trono depravado. Confundimos virtud con ingenuidad. Aguardamos de Capriles que, por fin, saque a relucir sus mañas, sus ocultas pillerías. A esta sociedad, más bien, la honraría la propensión a combatir perversión con sensibilidad, el odio y la fuerza con la mano tendida. No nos hemos percatado de que estamos faltos no de ilusiones y desvaríos, sino de cordura y de verdad. Es de decencia, de moralidad, que estamos urgidos. Tardamos en convencernos de que la mentira no se puede repeler con una mentira de marca mayor. Ni un crimen con otro. No hemos caído en cuenta, aún, de que la principal ventaja de Capriles Radonski es que, puesto al lado de Hugo Chávez y de los oscuros valores que él representa, luce tan distinto. Tan disparejo. Tan opuesto. Y eso no es, en ningún caso, una rémora, un obstáculo, sino, por lo contrario, y felizmente, su principal y más valioso atributo, si tuviéramos el valor de defenderlo, en esos términos. Es la auténtica garantía de un porvenir signado por el respeto, la tolerancia, la justicia. Por eso, fundamentalmente, personifica al hombre para esta circunstancia. ¿Cómo es que se clama, entonces, por una confrontación abierta, tajante? ¿No asistimos, acaso, al contraste ideal?

¿Qué Capriles no es carismático? Tampoco lo fueron Eleazar López Contreras, ni Isaías Medina Angarita, ni Raúl Leoni, tres gobernantes con mayúscula, según coloca Francisco Herrera Luque en boca de uno de los personajes de su vasta obra de historia fabulada. «Guzmán Blanco y Cipriano Castro, dos carismáticos del siglo pasado, fueron muy malos gobernantes. En cambio Rojas Paúl, cero carisma, fue un excelente presidente».

Y, ¿qué es el carisma? Aparte de un cierto magnetismo que irradia la persona que posee ese don, carisma implica trazarse una meta clara, un fuerte compromiso personal con esa meta. Un hombre con carisma es asertivo y un agente de cambio sustancial. ¿Es que no reconoce usted, en esas cualidades, a Capriles Radonski? No se trata de que, con él, la oposición esté condenada a ir a la contienda comicial del siete de octubre con un candidato gris. De hecho, no es obra de la casualidad, ni de la buena suerte, que Capriles esté donde está, ahora. Es un invicto en su fulgurante carrera política, en la cual ha salido airoso al rivalizar, en ostensible y grosera desventaja, con figuras emblemáticas de la revolución. Ganarle por paliza a Diosdado Cabello en la Región Capital no es cualquier cosa. Su triunfo en las primarias fue sólido, arrollador. Además, tiene todas las trazas de un gerente exitoso. Es un activista incansable, persistente, que sabe fijar sus objetivos con nitidez e ir en pos de ellas, en medio de la adversidad. La prueba de la cárcel, injusta, la superó con admirable dignidad. Es, en síntesis, un líder que si uno se detiene a examinar con cuidado, descubrirá que está en su mejor momento.

«Capriles no es atacable por los errores del pasado. Capriles tiene el vigor y la salud que el otro no tiene», aprecia en reciente análisis el experto en marketing político Daniel Asuaje G. «Un líder es quien delinea una tierra prometida y brinda seguridad de cómo alcanzarla y de que él es la vía».

Sería mezquino no reconocer el esfuerzo sobrehumano que hace Capriles Radonski, quien justamente este domingo al inscribirse en el CNE como expresión de una contenida voluntad nacional, habrá de cambiar la historia, no quepa la menor duda. El resto está de nuestra parte. Sería necio llenarnos la boca y quejarnos de que el hombre no avanza, cuando la tarea pendiente es una tarea que a todos nos concierne.

Si el mensaje no llega y la verdad no resplandece, no es Capriles Radonski quien falla. Fallamos todos. A fin de cuentas él sólo es el instrumento de un sueño de libertad. Él apenas representa la embarcación en que hemos de zarpar hacia un mañana cierto, de redención, a ser forjado entre todos. ¿Se detiene a encontrarle defectos y costuras a la barca, aquel que en medio de la tempestad espera ganar la orilla y superar el grave peligro que lo acecha, junto a los suyos?

Y, por último, ¿qué clase de país es aquel que prefiere la perversidad elocuente y delirante, la procacidad, la ofensa criminal y la división eterna, antes que al ser normal y prudente, al mortal que ofrece días serenos de paz y encuentro, cuatro años de reconstrucción y restañar de heridas? ¿No somos capaces de valorar o distinguir algo tan visible, tan seguro, tan apremiante?

Repiques

Erick Ekvall ha escrito algo que llama a reflexión: «Entre 2003 y 2012 la población venezolana creció en un 14% y el REP en un 58% ¿Qué tal?»

Leído en Twitter:

@henriquelazo: «La verdad siempre se impone, aunque sea mentira»

@jeancarlorojas: «Cuanto más grande es el caos, más próxima está la solución». Mao-Tse-Tung

@iFrasesGeniales: «Tan solo una mentira, para poner en duda todas las verdades»

@RicardoBulmez: «La justicia humana no es ciega. Tiene los ojos tapados con un trapo que se llama poder».

Un ex petrolero quien me pide mantener su nombre en reserva, señala esto: «Te confieso que estoy asqueado con todo lo que me he enterado de los movimientos que viene haciendo José Vicente Rangel para que la ‘transición´ se dé sin mayores ‘traumas’. Y entonces, ¿dónde quedan los atropellos, los delitos de lesa humanidad, los asesinatos políticos, los delitos de corrupción? Nos tocará pasar por la misma historia que pasó Nicaragua cuando perdieron los sandinistas por primera vez y se instaló Alemán. No pasó nada. Alemán siguió con el saqueo. Llegaron los sandinistas de nuevo, a robar de nuevo. Dios mío, te pido que no se instale el pesimismo en mí».

Pregunta inocente: ¿Ustedes creen que el CNE estaría interesado en censurar las encuestas si el Gobierno las estuviese ganando de calle?

Esto lo dijo José Saramago: «Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay».

Robert Serra a Miguel Ángel Rodríguez, al intervenir en la Asamblea Nacional: «Eres un mentiroso, tramoyero, payaso, malandro». Parlamentarismo de bajos fondos.

Detrás de los apoyos protocolares a Henri Falcón, en los partidos de la oposición hay sordos movimientos enfilados a llenar el vacío, en caso de que el oficialismo concrete la inhabilitación del gobernador aspirante a la reelección. Un diputado ligado a un medio estaría entre quienes ofrecen su nombre. También se ha especulado que en AD manejarían esta jugada: subir a Alfredo Ramos como candidato a la gobernación e incorporar a Sobella Mejías en la competencia por la alcaldía de Iribarren. Sin embargo, consulté a Edgar Zambrano (AD) sobre esta tesis y su respuesta fue: «Eso no está planteado. En ningún momento nos hemos paseado por esa circunstancia. Ese enroque es muy pavoso».

Hablé con Berenice Gómez («La bicha»). Ella anda tras la pista de una aberración judicial que se cocina en esta ciudad y prometimos averiguar. Según Berenice una de las razones por las cuales se dio el encuentro hace poco entre el Clero y altos personeros del oficialismo (Maduro, Jaua, Cabello y Rangel), era la de organizar unas pompas fúnebres «ecuménicas», con la participación de curas católicos, musulmanes, judíos, yorubas, etc. La inesperada reunión «se hizo pública por exigencia de la Conferencia Episcopal Venezolana. Se habían reunido antes en secreto, pero dada la condición actual de Chávez y la presión militar, se decidió condicionar la reunión, ya que los prelados desean que el país vea que sí existe el diálogo y que la transición es un hecho».

Ahora el TSJ decide quiénes son los secretarios generales de los partidos. A donde hemos llegado.

Ha muerto en esta ciudad el señor Rafael Antonio Revilla Medina, padre del mayor (r) del Ejército Milton Revilla Soto, preso político que paga condena en la cárcel de Ramo Verde, por saber demasiado sobre los nexos del Gobierno con las FARC y ETA. El «testigo protegido» de la Audiencia Nacional española tuvo permiso para asistir a las exequias. Anoche durmió en su casa por primera vez en mucho tiempo. Qué buen regalo para su buena madre, la señora Elsa Soto Encinoza. Nuestra palabra de sincero pesar para toda la familia.

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