Monagas desanda por la Asamblea Nacional

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Desde el aciago dia 24 de enero de 1848, cuando ocurre el infame hecho, del asalto a sangre y fuego del Congreso Nacional, para dirimir con tan vejatoria actitud, la bronca disidencia por causas políticas, entre el centauro llanero, general en Jefe José Antonio Páez y el General José Tadeo Monagas. Presidente de la Republica, Venezuela no había vivido otro hecho tan vituperable y afrentoso, como ésta escenificado en la Asamblea Nacional, entre Diputados oficialistas y los del bando de la oposición democrática.
Los del oficialismo o chavistas, fiados de una mayoría pírrica, abusando de una ostentosa hegemonía política, en forma alevosa y vil, a puño limpio y con otros instrumentos de terror, sin respeto a la consideración y buenos modales, agreden y proporcionan gravamen irreparable y notorio daño físico a sus colegas de curules parlamentarias, con tal furia e indómita saña, que hasta dos honorables damas, las Diputadas María Corina Machado y Nora Bracho no lograron escapar de este estrago de fuerzas desatadas y fueron víctimas de aquella inclemencia, impropia de representantes populares, execrable objeto de golpes y contusiones, por cuya malévola ejecución una de ellas, requirió intervención quirúrgica de urgencia, por lesiones acentuadas en el rostro.
De esta vil y canallesca arremetida, más propia de un atorrante rin boxístico, que el culto recinto del máximo foro político de un Estado, resultó victimas de mayores daños físicos el Diputado Julio Borges, lesiones de consideración el Diputado Ismael García. Padeciendo la parte de mayor rigor y consecuencias el Diputado Américo de Grazzia, sometido a varios días de reclusión en clínica privada. Integran estos tres Diputados y las honorables damas ya mencionadas, la digna jerarquía de Héroes Civiles en la defensa de los Derechos Humanos y la soberanía y potestad del Parlamento Democrático, vulnerado y mancillado por un régimen que representa la exaltación de las clases ineducadas en el poder político.
El juicio bastante generalizado de metodólogos de las Ciencias Políticas, incide en destacar, que la democracia es, antes que todo, una poderosa fuerza educacional, la democracia en tal sentido, es límpido ejercicio para hombres civilizados y, por ello,  funciona tan deficientemente, o no funciona del todo, en países de escasa educación. De tal forma, los errores que se imputan a la democracia, no son errores de doctrina, sino errores de determinadas condiciones de atraso educativo. La democracia es instrumento de extrema delicadeza como un abigarrado y fino mecanismo de relojería, insumiso a la mano torpe que quiera forzarlo, e igualmente necesitado de continuo reajuste, de oportuna regulación y de celosa vigilancia.
No son los hombres sino los principios los que deben imperar en Venezuela pues, únicamente la observancia de las leyes, a favor de las instituciones y del bien común, consolidan la firmeza ética, el prestigio civil y la felicidad publica de la nación.
Como lo ocurrido en esta brusca emboscada y malhadado día, lo recoge, solicita, en sus páginas la Historia, para conocimiento y noticia de generaciones, se pone interés en destacar: el mandatario Nicolás Maduro, no pactó con la evidencia y en descargo a su responsabilidad, dice que solo hubo “cruce de manos”. En palabras atrofiadas, fue lo que captó, su escasa visión y torpe desatino. Diosdado Cabello, Presidente de turno de la A.N., es el anti-héroe de la jornada, colapsó y se fue de bruces, faltando a su deber inexcusable: cuidar y proteger la integridad de los Diputados del Parlamento y omitió el mandato constitucional. Pedro Carreño, chozno del General Enrique Medina Gómez, se evocará su roído perfil de azuzador de furiosas jaurías y la  fosfórica Iris Valera, rumiando sus resentimientos y bastardas pasiones en la noche oscura de su alma. Cuatro trapecistas de infamia y perversidad, suman su responsabilidad ante el tiempo y la historia.
Bolívar no calla su drástica reprobación: “Un Congreso de animales, habría sido como el de Casti, más sabio” Nos revela, que el Libertador conocía el poema epigramático “Gli Animali Parlanti”, del bardo italiano, Juan Bautista Casti (1723-1803)
Solo el derecho nos liberará del oleaje de las humanas pasiones.

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