Michelle Bachelet: Entre el realismo y las promesas

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Este domingo 30 de junio y por primera vez en su historia los chilenos protagonizaron unas elecciones primarias para todos sus partidos y candidatos presidenciales en vistas a la contienda de noviembre. Con la sola excepción del outsider de la última contienda, que ganara Sebastián Piñera, el independiente de izquierda Marco Enriquez Ominami, que seguramente presentará su candidatura al margen de los dos grandes bloques que se enfrentarán en las presidenciales: Nueva Mayoría, el bloque opositor que incluye a todos los partidos de la Concertación Democrática, al que se suma ahora el Partido Comunista de Chile, y la Alianza para el Cambio, hoy en el gobierno, y que incluye a la UDI, Unión Democrática Independiente y a RN, Renovación Nacional.
Merecen particular mención tres hechos de gran trascendencia: en primer lugar, la altísima participación ciudadana, que alcanzó el 23% del electorado total; en segundo lugar la altísima votación obtenida por la Nueva Mayoría, con el 72,62% del total de participantes; y finalmente, la apabullante victoria de la ex presidente Michelle Bachelet, que obtuvo el 73% del bloque que lidera y el 53% de la elección total de los votantes. Su votación fue mayor que la del conjunto de los participante, sumados ambos bloques en disputa.
Ese abrumador respaldo no es automáticamente traducible al ámbito nacional bajo las condiciones de las presidenciales de noviembre, pero marca una tendencia de gran impacto que incidirá sin duda sobre las expectativas con que los chilenos llegarán a dichas elecciones. En primer lugar, la participación de la derecha chilena no reviste las características de la alta politización que marca a la oposición. De donde cabe presumir que el capital de la derecha es muchísimo mayor que el débil 25% que obtuvieron sus dos partidos. Por cierto, en una contienda altamente reñida internamente.
En segundo lugar, la apabullante derrota del candidato de la Democracia Cristiana, que aparece con un 8,86%, la más baja participación electoral de su historia, y la sorprendente votación del candidato independiente Andrés Velasco, que capitaliza el 13% del electorado opositor dejan ver la imperiosa necesidad de la triunfadora candidata del PS/PPD a relativizar su aparente radicalismo y a aproximarse al centro de su alianza. No vaya a suceder que, espantados por la proximidad del PC chileno y la radicalidad de la oferta bacheletista, comiencen a coquetear con la posibilidad de sumarse a la Alianza por el Cambio, sus viejos rediles. Los electores de Andrés Velasco, que rechazan el giro hacia el PC de Michelle Bachelet y no comparten sus promesas caras a los sectores más radicalizados de la izquierda, como la Asamblea Constituyente y la absoluta y total gratuidad de la enseñanza universitaria, podrían verse arrastrados a votar por el candidato de la Alianza, llevándose consigo a los desencantados democristianos, que ven las graves consecuencias de una política que ha ido entregando sistemáticamente sus parcelas de aceptación a sus compañeros de alianza, sobre todo el PS y el PPD. El fantasma del comunismo podría acelerar dicha tendencia, si ella se diese. Y la desconfianza acercarse peligrosamente al temor ante una Dilma Rousseff II.
Razón más que suficiente para que Michelle Bachelet enviara de inmediato claros mensajes al centro de su alianza. Toda vez que en la tradición chilena el centro político ha sido el factor definitorio. Una cosa es capitalizar el descontento estudiantil, respaldando la exigencia de gratuidad absoluta de enseñanza universitaria y propiciando la liquidación de las universidades privadas – las mejores del país y de toda la región – en un país en donde el mayor reservorio de potenciales votantes se encuentra precisamente en la franja de entre 18 y 30 años, y otra muy distinta es llevar adelante un proyecto irrealizable, despertando de paso los fantasmas de Salvador Allende y de Augusto Pinochet, en un cuerpo social que aún los lleva a flor de piel.
Más allá del fantasmagórico manejo de sus silencios y herméticas revelaciones, Michelle Bachelet comenzará muy pronto a verse confrontada con la realidad real. Chile atraviesa por el período de mayor desarrollo de su historia y los chilenos jamás habían tenido los niveles de prosperidad de que hoy disfrutan. El capitalismo es un sistema incuestionable, que ha puesto a su país al borde de ingresar al Primer Mundo. El margen de maniobra para la democratización de la sociedad, en todos sus aspectos, es el más reducido de entre todos los países de la región. Ese pequeño margen de maniobra será el terreno en que Michelle Bachelet librará su batalla por una mayor apertura de la educación universitaria a los sectores más desvalidos, una democratización de la salud y una mayor y mejor distribución del ingreso.
De allí a creer que Michelle Bachelet será la portaestandarte de una suerte de chavismo a la chilena, hay muchos millones de años de luz. ¿Algún chileno querrá pasar sus próximas vacaciones en Haití o compartir su orgullosa tricolor con la bandera cubana? Tengo muy serias dudas.

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