LECTURA – LA CATIRA ELODIA

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Te lo digo como lo recuerdo: en toda mi niñez  no la conocí. La gente hablaba de ella como una persona “arbolaria”, el diccionario de venezolanismos los registra. Iracunda, capaz de hacer correr como ciervos despavoridos a los muchachos que siempre merodeaban por el pozo. ¡Sí!, había un pozo frente a la casita que habitaba y que ante tanta agua parecía un barquito. El pozo ocupaba todo el solar sin cercas  más de media cuadra.

Te aseguro que nunca la vi de cerca, ni porque pasaba siempre por esa esquina de La Catira Elodia, y cruzaba una cuadra hacia el este para continuar por esa  calle llena de amargosos, piñones y crucetos,  enmontada,  “La Rondonera” que conducía por el norte a San José. No te miento, pero sí me parece que alguna vez la vi parada sobre las sombras de los frondosos árboles de mango que poblaban el solar. El agua de ese pozo siempre estuvo cubierto…¡no, no era lampaza! Eran unas diminutas plantitas cuyas menuda hojas parecían hojas de “tú y yo”. El agua siempre tuvo una cubierta verde. Parece que fue una mañana  de  neblina que la vi; de modo difuso era una silueta.

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¡Sí, eran árboles de mango! Siempre estaban verdes y llenos de frutos. Tal vez debido a la humedad que les proporcionaba el  agua del pozo. ¡Siempre había cosecha! ¡A, sí! Muchachos llenos de hambre que cuando salían de la escuela se dirigían hasta la casa de La Catira Elodia a tumbar y a comer mangos. Era un pozo en el cual  La Catira lavaba sus trapos en la orilla. ¡Sí, cómo no! Esa chamuchina de muchachos tirándole piedras a los mangos encendía la rabia de La Catira Elodia, que la drenaba sin mayor esfuerzo en palabras gritadas, llenas de improperios, insultantes, soeces, puras insolencias. Y que los muchachos atemorizados se echaban a correr temerosos de que  La Catira Elodia los persiguiera. La voz cesaba, tal vez por cansancio o porque se le secaba la garganta. Y con sigilosa habilidad los muchachos regresaban a tumbar y a comerse los mangos del solar de la casita de La Catira Elodia. La casita, en aquel conjunto de exuberancia vegetal y líquida,  parecía un barquito nostálgico al borde del pozo que en su ensimismamiento  soñaba  mojarse los pies en aquella agua y luego   echarse a navegar. Eso es todo cuanto recuerdo de mi niñez, de esa señora que fue muy conocida en toda la vecindad del Jobito por los sabrosos mangos de bocado que sus árboles ofrecían al paladar travieso de los muchachos de entonces.

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@carlosmujica928

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